Cuando se tiene salud y no se es médico o enfermero, entrar a la
Residencia a las diez de la noche es avistar otro mundo. Es preciso
lidiar con recuerdos de otras entradas y asumir que ese edificio
absorbe parte de nuestra energía. Los allí alojados la requieren. La
Resi nos iguala y nos quita brillo. La imagen se hace más gris entre
sus muros.
Y están los rituales. ‘Salgan por favor de la habitación’. Aunque sea
una visita de dos minutos, una ‘visita de médico’. Pero también hay
imágenes potentes. La humanidad y la profesionalidad descacan allí como
en ningún otro lugar.