La presión con pasión es menos presión, decía Ferran Adrià en la tertulia de ‘Versión española’. Hablaba tras la proyección de ‘Un día en el Bulli’, documental dirigido por su hermano Albert. Cayetana Guillén Cuervo elegía para la ocasión un vestido de avanzado diseño. Se hablaría de creatividad. Y de excelencia.
Y eso que el restaurante es ‘una fábrica de errores’. Adrià pide a los jóvenes cocineros: ‘Concentración, chicos’. Ser el mejor del mundo, o el segundo, es una consecuencia de lo que se hace, ‘y eso puede verse en el documental’, añadía en la tertulia. Alrededor de El Bulli hay excesos: 6.000 solicitudes de trabajo, 3.000 comensales en lista de espera.
Con
qué mimo llegan los productos. ¿Que cómo se eligen? Por intuición. ‘El buen
producto tiene duende, tiene alma, es visceral’, dice el cocinero. Y en el reino de la experimentación el comedor mantiene su toque kitsch y entrañable por aquello del realismo: al final hay que pagar la cuenta. La foto de Rafa Gutiérrez atestigua que Adrià también sabe comer bocadillos. Aunque en esta versión reducida parece sujetar un polo. Lo suyo es magia.