Ay, chica. Ïbamos por la Concha, la víspera de Navidad, a por el cabrito. Había que ir a La Bretxa sin saber cuál era el puesto. Y yo, con mi madre en la cabeza. ‘¿Por qué no habrá ido a encargarlo?’ ‘Luego dice que se aburre’. ‘Si se lo pedí antes de Navidades’. ‘Esta noche le digo algo’. Pero llegó el mediodía. Donostia hervía con los compañeros de oficina brindando por la Navidad. Igual no te saludan pero hay que mantener el espíritu.
Avanzaba la tarde y con ella esa fina melancolía de los 24 de diciembre. ‘La manzanilla sienta bien al estómago’, decía mi amiga Maite una hora antes de la cena navideña. Llegó el momento. Y allí estaba ella. Guapa y conciliadora. Con los collares que las chicas de la familia se han puesto siempre en estas fechas. Tantos años de anfitriona y ahora, liberada. Reparto de bombones a los nietos. Show infantil.
El día siguiente es el del asado. Ella llega aún más guapa. Parte la escarola en trozos grandes y permite que su hija le corrija. También quiere cortar jamón. Ahora que yo empezaba a tomarle el gusto. Pata amenazante. Con lo rico que está el jamón al vacío. Y míranos ahora, como en Cádiz. Sólo nos falta el sombrero andaluz, el fino y los colines. Chin chín. Madre e hija. Ya sabes.