Hay una tienda de frutas y verduras cerca de casa en la que compro a veces. La llevan dos chicas. Una es sonriente y amable. La otra es seria y hay algo en ella que me resulta desagradable. Pero no sé lo que es.
Empecé a observar lo que me ocurría al entrar. Y un día me pillé a tiempo. Fue un segundo, un microclic, una sensación nanométrica. La chica desagradable estaba detrás del mostrador pero era en mí donde se producía el rechazo. Ella no había levantado la vista de las verduras que preparaba. Ajá.
Seguí estudiando el caso. En una situación así no puedes hacerte la simpática. Es como echar colonia en un espacio que apesta. Aguanté con estoicismo la molesta relación esperando vislumbrar una salida. Y apareció una tarde.
La joven estaba detrás del mostrador. Resignada, me puse a llenar la cesta. En la caja se adelantó una clienta. Empezaron a discutir por una marca de espinacas. ‘Nunca la hemos tenido aquí’, decía la tendera. ‘Ojalá no hubiera tirado la bolsa’, afirmaba la clienta sin perder la sonrisa, buscando apoyos.
Dije alguna tontería y ambas rieron. La tensión no se disipó pero yo me sentí más liviana. Seguiremos informando.