Preparaba unos macarrones con aceite, tomate cortado, queso rallado y sal. Qué gran invento el de los italianos. Y entonces llegó desde la calle el sonido de los coros de Santa Águeda. En este barrio se celebra todo, pensé. Actuaba sin perder de vista el reloj. Mi hijo se había metido ya en algún lío y tenía que conseguir mi objetivo. 20,30 horas en la cama. El cola-cao fue desapareciendo del vaso a buen ritmo. Lavado de dientes. Ya está en la cama. Quiere más mantas. Salgo del cuarto. Miro el reloj de la cocina. 20.30. Ha debido ser la santa. Siciliana. Lo dicho. Italia.