Estaba abandonada en el sofá para poco, la verdad. Resignada a lo que el destino quisiera traerme por vía televisiva. Y  fue un trabajo de Odile Rodríguez de la Fuente. Fue escuchar el apellido y despertar de mi letargo. Mira que yo sólo veía imágenes sueltas de ‘El hombre y la tierra’. Pero lo de ayer cayó en terreno abonado. Descubrí al hombre entusiasta que vocalizaba mal y decía frases poéticas y proféticas.

El niño Félix acudió a una batida de lobos -el franquismo animaba a matarlos- y subió a un observatorio con unos prismáticos. ¿Qué vió? -¿Qué vió Mandela en la cárcel? ¿Qué vió Murakami en aquel partido de tenis que le hizo escritor?-. Vio los ojos de la vida, los ojos de un animal libre -escúchenle si pueden, lo mío no es esto-. El resto es historia de un país que, según un puñado de naturalistas, nunca sería el mismo. Alguno reconoció que rechazó a Félix junto a aquel izquierdismo que no le perdonaba su fama en tiempos del general. Y que criticaba unos métodos de trabajo que hoy son vanguardia.

Y su mujer. Las fotos de familia. Unas niñas que con los años comprendieron a fondo el trabajo del padre. Un hombre único.
Paranparanparanpa paranparanpanpan paranparanparanpa paranparanpanpan. Tin tan ton. Tin tan ton. Paranparanparanpa….