Ay, chica. Qué bien se estaba en aquella tumbona. Sólo me faltaba un Bloody Mary. Pero bueno, ya me tomé un oporto con solera en uno de esos hoteles con pianista. Las vacaciones son así. Ahora volveré a mi zumo de tomate. La vida es también así.
Resulta que en aquella tumbona leí una entrevista con la próxima académica de la lengua, Soledad Puértolas. Prepara su discurso para la docta casa de desigual alineación -45 caballeros frente a 5 damas, incluida la Puértolas- y nada 40 largos al día. Da gusto la elegancia con la que lleva su vocación de escritora. El éxito de sus primeras novelas le permitió dedicarse a escribir. Crió a sus niños e incluso se permitió el lujo de excusarse de algunos saraos poco apetecibles por su tarea como madre. En la Academia hablará de personajes secundarios.
Puértolas también aparece en el libro que me llevé a la tumbona, ‘Escritores ante el espejo. Estudio de la creatividad literaria’, by Anthony Percival. Aún no he llegado al capítulo que ella escribe. Con dibujos geométricos en su portada, como aquellos viejos clásicos de Austral, el libro tiene mucha enjundia. Los escritores relatan que las novelas se les imponen. Algo parecido al ‘Yo no busco, encuentro’, de Picasso. Y que los personajes adquieren vida propia. Incluso los secundarios.