El ordenador de casa se había convertido en una tierra de nadie. Debido a mi audaz desafecto por la tecnología había pensado que alguien de la familia con más gusto por el software se ocuparía de mantener la computadora en buen estado. Vamos, que llamar al informático no entrara en mis negociados. Presidencia de la comunidad. Coladas. Terraza y plantas. Deberes infantiles. No quiero más. Pero claro. Una necesita de la tecnología para este blog. Y qué frustración cuando anidas una idea, el reloj te permite incubarla y tu Firefox dice que la aplicación no es válida.

Yo había asistido, como un cruzado antes de la batalla, a un curso de evangelización tecnológica impartido por un joven emprendedor. Así que mientras aliñaba las vainas decidí abordar a mi hija adolescente. Los padres siempre piensan que los males informáticos vienen por el tuenti. Solté algo acerca de un programa para optimizar el almacenamiento de fotos.

Ella continuó cortando el huevo sin inmutarse. Contraataqué.

-Para mi cumpleaños pediré un portátil.

El cuchillo paró en seco. Era el momento de hablar.