Ay, chica. No sé qué decirte. Empecé este blog para encontrarme conmigo misma a través de Blay o de Krisnahmurti y resulta que lo que me esperaba detrás del post era la gastronomía. Les cuento. Leo ese blog sobre creatividad que es ‘Explorando el Kilimanjaro’ y resulta que lo más cercano que encuentro a ese superarse a uno mismo a través del arte son las recetas. Me pongo, por ejemplo, con mis alcachofas, un sábado por la mañana. Mi madre me había avisado: ‘Son las últimas. A tus tías algunas les han salido negras por dentro’. Pues que va. Blanquitas y apretaditas que estaban. Las corto con generosidad para educar a mi descendencia y preparo esa inquietante salsa con la que mi progenitora nos obsequia. Cebollita pochada (ay). Un poquito de harina. Y si el contenido se consume o se dora en exceso (es mi especialidad, de momento) añades caldo de las propias alcachofas. Cuánta sabiduría. En sartén aledaña había frito unas patatas. Doraditas me esperaban. Las paso a la salsa junto con las alcachofas. Qué manjar. Y aún me da tiempo de ir a la playa.

Hoy he apostado por la ensaladilla. El disfrute ha sido menor. En lugar de fijarme en el chasquido de la tijera al cortar las aceitunas sin hueso he dado en pensar en otras tareas por hacer. Y ni siquiera he visitado las cabinas.