Esta vida acelerada me impide saber si aún quedan espárragos frescos en el mercado. Menos mal que he reparado en que luce el sol. Pienso en mi amiga A. que trabaja en Amara y guarda en el armario de la oficina un kit playero de urgencia. Que sale el sol a media mañana, visualiza el chapuzón y empieza a alegrarse el día. Cuando apaga el ordenador coge su bolsa y a veces incluso se aplica la crema en el baño antes de salir como aconsejan los dermatólogos. A la altura de los relojes, desciende la rampa y a caminar, que toca marea baja.

Unas amigas organizaron hace unos días un taller de Bienestar Físico. Contabilizaron abundantes cuadros de dolor de espalda. Repartieron hojas con estiramientos de cuello y vértebras recomendados antes de sentarse al ordenador. Y hacia la quinta página de su dossier apuntaron un listado de buenas prácticas a la hora de comer. El zumo de tomate, ya sabes. Me he acordado entonces de los espárragos. No sé si aún estaremos a tiempo.