Cuando tengo algún trabajillo especial -un bolso que otros no arreglan, unos zapatos que quiero mimar- me llego (sí, sí) hasta un zapatero que queda lejos de mi barrio. El hombre me da confianza. De hecho ayer, ay, me dio por pensar que qué haré cuando se jubile. De ahí colegí que debo volver a leer a K porque he olvidado que todo fluye y nada permanece.

Bien. Alcancé la puerta de mi zapatero prodigioso y me percaté contenta de que era la primera a esa hora. Porque hay que echarle un ratillo. ‘Buenos días -dije provocadora- aunque llueva’. Me contestó con unas observaciones sobre el uso del lenguaje pero enseguida entramos en materia. Sabía yo que traía una buena pieza. ‘No hay profesionalidad’, me dijo al ver el bolso con el asa desprendida. ‘Con que la hubieran cosido para el otro lado habrían doblado su resistencia. Y con sujecciones a ambos lados nunca se te habría roto. ¿Sabes lo qué buscan? Que lo tires a la basura y te compres uno nuevo’.

-Pues han dado conmigo -respondí recordando los paraguas rotos que conservé durante meses-. Luego opté por el silencio.

-Veremos lo que puedo hacer -dijo al rato-. Pásate el viernes.

¡Bien!