Tenía que haber actuado antes. Lo había apuntado muchas veces en la lista de la compra pero nunca lo encontraba en el Superamara. Pasaban los días y a ella le faltaba esa alegría y empuje que caracteriza a quienes atraviesan un buen momento vital. Fracasado un nuevo intento de búsqueda, me olvidaba hasta la siguiente ocasión. Pero llegó el día. Fue en una gran superficie. Nunca sabes dónde aparecerá tu tesoro. Y ahí estaba. Agarré la botella y la deposité en el carro.
Pero quedaban aún más pruebas. El envase permaneció olvidado bajo la fregadera. Jamás me reprochó nada. Hace unos días, algo avergonzada, agarré el líquido, realicé la mezcla y fertilicé la planta. Ayer ella me respondió. Varios capullos arrugados y grisáceos, poco reconocibles a simple vista, asomaban entre sus resistentes hojas.
Mi violeta ha empezado a florecer.