Cuando era pequeña leía un libro en el que un gatito se iba de casa a correr aventuras. Era la versión de Walt Disney de la parábola del Hijo Pródigo.
El protagonista regresaba al hogar y su madre le ponía en la mesa un cuenco de arroz, con tal sonrisa de satisfacción y de amor que en mi familia hizo fortuna la expresión ‘madre gata’.
Desde entonces he conocido a varias madres-gata. Quizás sea ésta la condición natural del ser madre. De madres gatas, hijas michinas.
Pero cuando tus hijos cumplen años, las cosas cambian. Es lo que ocurre con Sara-mi-hija-adolescente. La adolescencia, dicen los expertos, es un estadio difícil de penetrar. A los padres nos falta información. ¿Qué pensará ella de mí?
Por eso de vez en cuando voy a mi mesilla de noche y miro un libro. Se titula: ‘Mamá, eres la mejor’. Ella me lo regaló.
-¡Miauuuu!