Ayer recibí un regalo. Yo andaba por la casa poniendo lavadoras (destendiendo-emparejando calcetines-recogiendo ropa-vaciando el carrito de la compra-preparando mochilas-ay-la-vida-doméstica) cuando mi hija ‘teen’ me llamó a su cuarto. Las madres siempre acudimos al cuarto de los hijos hasta que un rayo de lucidez nos invita un día a contestar: ‘¿Y por qué no vienes tú?’. Ella me esperaba en el umbral de puerta, como para parar un gol. No se trata de desperdiciar los raros momentos de intimidad que la vida moderna nos depara-. Blandía un libro.
-Toma. Es tu diccionario. No me cabe en la balda.
Babucí algo. ‘Es el mejor de los diccionarios de inglés. Sin traducción. Lleva un poco más de tiempo pero merece la pena’.
-Yo ya tengo mi favorito -dijo señalando la versión español/inglés, inglés/español que yo misma había comprado-.
No quise insistir. Acaricié el diccionario, mi Longman Dictionary of English Languaje and Culture. ‘London, July 2004’, había escrito en su primera página. Vida entusiasta y esforzada. Aquellos deberes de inglés con las neuronas apaleadas por las clases de la jornada. Pequeño tesoro.