Chica, ayer por fin me encontré conmigo misma. Y mira que había estado hasta el gorro de mí durante toda la semana. Se trataba sólo de tener una tarde libre. Unas horitas. Y el milagro se produjo. Fue el domingo. ¿Quién maldijo los domingos? Las cosas empezaron a salir bien. La banda magnética de mi tarjeta funcionó en la Kutxa de la esquina y me hice con una entrada para ‘Two lovers’ en el Principal. Corrí hacia el autobús que se adelantaba y el conductor me esperó. Me senté en un asiento con vistas al mar. No había nadie en la parada de Ondarreta, circunstancia insólita que tomé por un signo, un indicio. Llegué al Boulevard con tiempo. Admiré la iglesia de San Vicente como si paseara por una gran capital europea. Me senté en una esquina de la sala de cine y ni siquiera eché en falta una tabletilla de chocolate.

Empezó la proyección y la historia, fría y un punto inquietante, comenzó a envolverme. Seguía los acontecimientos sin expectativas pero con interés. Nada despertaba la ilusión de aquel joven encarnado por Joaquin Phoenix. De repente, algo cambia. Conoce a una vecina. Pero las cosas no son fáciles. Él espera y apuesta. Y hace brillar hasta la emoción a un personaje (Isabella Rosellini) del que nada se espera y que guarda un regalo. El final arriesga. Y gana. La vida. Se siente, ésta es sólo mi crónica.

-Qué horrible película -decía una chica al salir-.

-¿Y quién puede creerse semejante final? -contestaba la otra-.