No estoy buscando un sitio para las vacaciones. Simplemente, reflexiono sobre una jornada en Ondarreta. Si uno quiere encontrarse consigo mismo, no debería ir a la playa. O tal vez no debería ir por la tarde. Después de haber convencido a mi niño de las bondades de un baño al sol de poniente, logramos llegar a los arenales y me dio por pensar en la tienda de mi tío Abel en aquel pueblo del Pirineo. ‘¿Qué pasa, doña Pilar?’ ‘¿Pa (ra) qué…’. Mi tío era un artista en la batalla frente al silencio. No le recuerdo triste o melancólico. Que alguien abriera la puerta de aquel establecimiento donde se vendía de todo era una fiesta. Negocio, al fin. Pero no parecía impostado.
Yo no soy comerciante y busco caminos poco frecuentados. Salvo ocasiones, escapo de la vida social. Se siente. Soy así. Necesito aire para reconocerme y no siempre lo encuentro. Debió de ser el sol. O tal vez fueron las olas. Pero sólo me faltó el mostrador de aquella tienda del Pirineo. ‘¿Qué tal?’, por aquí. ‘¡Qué bien se está!’, por allá. Aunque me cueste reconocerlo, yo también soy un ser social. ‘Mira cómo se abrazaban los chimpancés en aquel reportaje de la 2 cuando se encontraban después de un tiempo’, me dije. El ambiente de las cabinas en hora punta no me amilanó. Hasta encajé de buen grado perderme la primera parte del Uruguay-Holanda, pasión futbolera. Nada es ya lo que era.