Estábamos de vacaciones en Cadaqués. Las grandes preocupaciones de día eran comprar kiwis en el almacén de fruta para la merina de los niños, observar los dulces de piñones de las pastelerías locales, tomar nota del calzado -siempre plano- de moda entre las visitantes veraniegas y, como mucho, ver ponerse la luna en el mar desde algún promontorio. Ah. Había una visita programada. La compra de periódicos en la librería local. Allí, entre obras de Paul Auster y Richard Ford, estaba el libro. Era el mas voluminoso -950 páginas- de todos. ‘James Joyce’ se titulaba. Y era una biografía escrita por Richard Ellmann a comienzos de los 60 y revisada en los 80. En la portada, la clásica foto de Joyce leyendo con su lupa.
Lo cogí del estante varios días ejercitando la musculatura hasta que decidí comprarlo. Su lectura troceada -el volumen se ha roto en varias partes -¡qué bendición!- me acompaña aún. El Joyce sin dinero, sableador de los amigos. El Joyce abusón de la paciencia y admiración de su hermano menor, el enamorado de Nora, el escritor ocurrente y divertido, siempre seguro de su talento. Avanzo como puedo. El peso del libro ha cambiado de lado. Ahora trata de publicar ‘Finnegans Wake’. ¿Un valiente? ¿Un visionario?