No firmamos en Las Vegas sino en un establecimiento acreditado de Donostia. Nos unió un anfitrión con muchas horas de experiencia. No lo dudó, ella estaba hecha para mí. Sorprendida por la rapidez de la transacción, balbucí alguna pequeña objeción, pero yo misma deseaba acabar cuanto antes.
La convivencia empezó de forma forzada. Ella apenas si cabía en el espacio que yo le había reservado. La primera vez fue loca y descontrolada. ‘Deberé aprender su libro de instrucciones’, me dije. Descubrí que ella prefería los encuentros a altas temperaturas y yo, que amo las cargas energéticas moderadas.
El otro día intenté parar uno de aquellos calurosos encuentros y descubrí que, metida en su programa, no había posibilidad de dar marcha atrás.
Mi nueva lavadora de alta tecnología alemana no está hecha para mí.
Y aún me quedan por pagar las costas.