Cuando yo estudiaba en Madrid, una tarde en la biblioteca de la Facultad de Periodismo -el lugar más acogedor de aquel edificio de hormigón gris estilo RDA- una compañera nos hizo una confesión insólita. Aquella confidencia me perturbó y me ha acompañado, manteniéndome alerta ante ciertas situaciones.

La herencia me llevó a visitar una exposición de dibujos de niños y niñas en la biblioteca de los bajos del Ayuntamiento de Donostia. También me mantuvo despierta una madrugada en que se emitía un reportaje en ‘Documentos TV’. Contaba la historia de varias madres que escapaban con sus hijas por los Estados Unidos como si fueran delincuentes. Un juez reclamaba la entrega de las pequeñas a sus padres, por no dar crédito a lo que escuchó en la sala de vistas. El recuerdo me impulsó a escribir un reportaje en DV ilustrado con un oso de peluche abandonado en la calle. También a leer el libro de Isabelle Aubry ‘La primera vez tenía seis años’.

Esta semana, este mismo periódico ha hablado de una de esas niñas, hoy mujer, en Lasarte. ‘Piden 39 años para un hombre por abusar de su sobrina’, rezaba la noticia. Ella se atrevió a contar su historia y su secreto. Para que más personas lo hagan, la sociedad les debe  un respeto exquisito y todo el apoyo.