Lo dice un personaje de Rosa Montero de forma parecida: ‘Todos los viajes terminan convirtiéndose, antes o después, en una pesadilla’. No piensen que éste es un post catastrofista, el resultado de un día de lluvia en Donostia, una aportación más del socorrido síndrome premenstrual. Qué va. Es una simple constatación. Yo estoy de acuerdo con Montero.

Y, si no, lean. El destino me había regalado una hora libre. Tracé un plan. Me sentaría en una cafetería a leer mi libro. Recordé con placer situaciones semejantes. Entré en el establecimiento elegido, ocupé la mesa mejor iluminada y me acerqué a la barra. Cuando volví, un platillo de taza de café había sido depositado en el espacio que había reservado. Esperé acontecimientos mientras disfrutaba de mi consumición. Enseguida se produjeron. Un joven que permanecía de pie en un amplio grupo dejó la taza sobre el platillo. Una pequeña broma hubiera zanjado aquella oscura conexión. ‘Será un tímido’, pensé, y permanecí atenta a las evoluciones sin abandonar mi lectura. Al rato, otro contertulio empujó la taza hacia el centro de la mesa, como para evitar que cayera. Pero el lenguaje no verbal se había impuesto. Como el conferenciante que detiene su discurso para beber un vaso de agua. A ver quién se pierde semejante festín visual.