Consigo empezar el domingo con buen píe: desayuno tranquilo y variado, lectura y móvil a mano, estiramientos, paseo, aperitivo al sol, café en una terracita al sol, siesta corta para evitar el insomnio y zas, ahí llega inevitablemente el nubarrón que siempre intento despejar. Es gris, va creciendo a medida que la tarde se echa encima y solo lo controlo cuando hago un exhaustivo examen de conciencia sobre cuáles mis miedos y agobios e intento organizarme. Una buena periodista me habló una vez de los sapos, esos marrones diarios que se nos hacen bola y crecen según vamos posponiéndolos :
Esa entrevista que nos preocupa, ese trabajo por entregar, la llamada que no nos apetece, el mail pendiente, una visita médica, un sí dicho demasiado rápido y del que ahora me arrepiento pero no puedo rajarme… El coche que va al taller, una hija de 14 de vacaciones toda la semana y con demasiado tiempo para ver Netflix… Todo eso son sapos que hay que comerse y mejor hacerlo cuanto antes para disfrutar luego.Es decir, lo contrario de la maldiga procrastinación.
Espanto el nubarrón, pienso que no es para tanto, que en esta vida hay que superarse y disfrutar del momento y consigo ponerme en marcha. Desbloqueo mi cuerpo como si desbloqueara mi móvil: 4 cifras y arranco.
Recuerdo una frase de mi querido Joaquín Sabina que decía : “Es mejor tener con quien pasar los domingos que los viernes.” Tengo nueva compañía de domingo y además mis viernes me encantan, me saben a cuando era niña, soñaba la campana y mi madre me estaba esperando en casa con una buena merienda.