Yo siempre he sido muy de cosas en la cabeza. Ya en la silla, con menos de dos años me pusieron gafas. Las llevaba con una goma para que no se me cayeran. Mi nariz a día de hoy es minúscula, y en aquella época, hace taitantos ya, ni se apreciaba. (Cara cuenta como parte de la cabeza). Pues bien, llevaba tiempo sin pendientes, diademas, gorros, gorras, ni sombreros, hasta este invierno, ¡que me he lanzado!
Tengo una prima muy moderna, que vive en Barcelona, y se ha paseado durante todas las navidades, en busca de un sombrero. Tenía que ser negro, sin flores, cintas, ni nada que lo adornase. El ala, lo suficientemente grande, para ser un sombrero femenino, que tape los ojos y no te de el sol si se asoma. Pero tampoco tan ancha, como la de una pamela, incómoda, y más aparatosa a la hora de moverte.
Francamente, en el día a día, no veo el sombrero como la prenda más cómoda, pero oye, que se han vuelto a poner de moda, y guapas vamos todas como la qué más. Y digo todas, porque a los dos días, de encontrar mi prima su sombrero, yo, sucumbida por su buen gusto y mejor vestir, y muerta de la envidia, me he comprado el mío.
Ahora bien, y sabiendo que para estar bella hay que sufrir, os cuento lo que me está resultando un imposible. En primer lugar, cuando salgo de casa, encantada, no me dura más de tres minutos puesto. Lo que tardo en llegar al coche aparcado. El primer día, intenté meterme dentro con el, pero nainas. Al salir del coche, me lo vuelvo a colocar, cada vez, pero vuelve a durarme otros tres minutos, hasta entrar en la oficina. Puede que encima llueva, y más absurdo aún, es verme tapar tímidamente el sombrero con las manos, porque es nuevo, y me da pena que se moje, no sea que se estropee con lo que me ha costado.
El plan “b”, si hace buen tiempo, es ir en bici. Estos días estamos teniendo una suerte tremenda con la temperatura, a pesar de ser enero. ¡Pero azota el viento sur! Más imposible aún, salir a lo garçon a las siete de la mañana, y perseguir tu sombrerito por el “bidegorri” de la “Concha”, para que no termine en el “Pico del Loro”.
Tenemos una tercera opción, la más mundana de todas. Salir a pasear, o desplazarse a pie por la ciudad, suponiendo que no haga viento, ni llueva. De pequeña en el colegio, los curas nos prohibían llevar gorros dentro de clase. Con lo que yo, tengo por costumbre quitármelo, ya sea en una tienda, en un restaurante, o si me toca visitar al médico.Pues bien, siendo la persona menos práctica a la hora de vestirse y adornarse, y estando siempre dispuestas a colgarme todo tipo de abalorios para romper la monotonía diaria, me reafirmo en la idea de que he hecho la compra más inútil del año con diferencia. Para colmo, ¡tampoco abrigan! ¿Para qué sombreros?