Si te quieres montar una fiesta, los Pet Shop Boys son inmejorables. Los de Primavera les llamaron para cerrar el escenario grande, y ellos se vinieron con sus juego de cubos blancos, sus coreografías de colores parchís y una colección de canciones pop y actitud inteligente difícilmente superables. Pero empecemos por la tarde.
Van Dyke Parks. El Primavera, que es tan primaveral, juvenil, cool y tendenciero (en teoría, al menos, que luego se ve mucho talludito en escena y entre el público), se trajo al que fue arreglista de la época dorada de los Beach Boys, colaborador de Brian Wilson y de mil músicos más, un Burt Bacharach menos conocido, menos brillante también, y con querencias por músicas muy distintas, del calypso a las canciones del siglo XIX de Nueva Orleans. Repitió varias veces: “Es un honor para mí que permitan tocar en un festival como este a un señor tan, tan mayor”. Estaba fascinado con la chavalería, y con su fina ironía hizo más alusiones a su edad, que tampoco es para tanto, 67 años. Más asombroso fue que hubiera mil personas en el Auditorio para disfrutar con una propuesta tan distinta a todo lo demás, más cerca de la música clásica y tradicional que al pop. Pero fue una velada muy agradable, que se dice.
Roddy F-rame (se escribe sin guión, pero misteriosamente el sistema no permite introducir esa palabra tal cual). Creo que nunca había visto una actuación con un escenario absolutamente vacío. Ni siquiera un ampli. Ni una banqueta. Sólo un pie de micro. Y el cable que llegaba hasta la guitarra acústica de Roddy. Pero él lo llenó todo, con su aspecto de chaval normal. El Auditorio se quedó en un tercio de entrada, pero él lográ intimidad y calidez, con canciones de sus discos en solitario, algunas realmente emocionantes, como Western Skies. En la parte final recurrió a los éxitos de Aztec Camera (Oblivious, Walk Into Winter, The Bugle Sounds Again, y con su voz delicada y recia a un tiempo, logró momentos preciosos. E hizo un crescendo instrumental de guitarra rítmica con pose Elvis que hizo rugir de gozo al personal.
The Drums. Uno intuía que iba a ser uno de los momentazos de esta edición y lo fue. Tienen veintipocos años pero parece que tienen 16. Su mezcla de pop de los 50 y surf, con el sonido metálico y primitivo de los tiempos iniciales de New Order o Josef K, es de lo más estimulante. Y ellos en escena son la monda: el cantante y el guitarra no paran de realizar extraños movimientos como si se mofaran de una bailarina de ballet, y dispuestos a pasárselo en grande, entre la autoparodia y el convencimiento de que tienen muy buenas canciones. Y las tienen. Y el cantante Jonathan Pierce, una estupenda voz. A veces recuerda a Marc Almond, otras a Paul Haig. O sea, más cerca del crooner que del indie que se mira a sus zapatos. Cuando tocaron Let’s Go Surfing aquello fue una fiesta juvenil apoteósica, independientemente de las variadas edades del público. Un grupo a seguir de cerca.
The Charlatans. Por culpa de lo que tardabas en conseguir una hamburguesa en la zona de prensa (¡tres cuartos de hora!), sólo vi cuatro canciones. La sensación fue un poco la que transmiten sus discos: siempre se han quedado en una segunda fila, queriendo ser unos Stones Roses sin conseguir nunca sus grandes canciones. Aún así sonaron bien, hubo momentos rítmicos con dominio de órgano muy poderosos, y el personal disfrutaba cimbreandose con los ritmos manchesterianos de Sonic.
Gary Numan. La gran decepción de la jornada. O quizás fue falta de información por nuestra parte. Quienes lo teníamos aún como pionero del tecno-pop robótico, a pesar de que sabíamos que había variado el rumbo, fruncimos el ceño, por decirlo finamente, ante la ración de metal-tecno-siniestro-petardeo que desplegó Gary Numan, por otra parte muy en forma en voz y movimientos. Pero no éramos los únicos en tomarnos así la cosa. Al principio aquello estaba lleno, pero se fue despejando rápidamente, posiblemente porque los que iban buscando buen tecno-pop huian hacia los Pet Shop Boys. Curiosamente el público era joven, pero lo que iban buscando eran los viejos éxitos como Cars, que Numan racionó.
Pet Shop Boys. Pues eso, un fiesta de lujo. Se trajeron toda su parafernalia escénica, dominada por los cubos blancos que construían distintas formas, y las evoluciones de cuatro bailarines que lo mismo salían enfundados en rascacielos de cartón, que con cabezas cuadradas y de colores. Neil Tennant, dandy y maestro de ceremonias impecable, elegancia e ironía mitad y mitad, lo dominó todo con una buena colección de hits pero también con temas menos conocidos. Dejando aparte el momento pachanga de Go West y una versión descafeinada de Left To My Own Devices, fue un magnífico espectáculo con canciones gloriosas como It’s a Sin, Se a vida é, West End Girls, un Domino Dancing que mezclaban con el Viva la Vida de Coldplay, y un final calmado y emocionante con Being Boring. Fueron cualquier cosa menos aburridos, claro.
(Foto: Primavera Sound / Inma Varandela)