En el cine, la vejez se suele presentar en píldoras, encapsulada entre raptos de humor digestivo o suave melancolía: ahí está El exótico hotel Marigold. En Amour el director Michael Haneke mira de frente y sin sentimentalismo, como suele hacerlo, los días finales de un matrimonio octogenario. Y compone una película muy triste y conmovedora, pero serena, respetuosa, puro realismo del declive del ser humano, el proceso de apagado final. Prácticamente en el único escenario de la casa familiar, que cuenta calladamente muchas sensaciones, muchos posos del tiempo pasado por ese matrimonio, Haneke muestra las cosas tal como son, inevitablemente dolorosas, degradantes; pérdidas progresivas hasta la despedida final. Esta vez Haneke no describe una sociedad enferma, ni pulsiones violentas latentes, sino el simple discurrir de la parte más desoladora de la vida humana. Con mayor sutileza y delicadeza que nunca, sabe que no hace falta recargar nada para que el resultado sea conmovedor. Mejor no entrar en detalles, pero hay muchas escenas, gestos, pequeños diálogoso que dicen mucho calladamente, que te producen una congoja íntima. Haneke habla de lo que no se suele querer recordar pero todos tenemos alreedor de una manera u otra, más o menos cercana, antes o después.
Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva están sencillamente impresionantes en estos dos papeles que ya hay que contar entre lo mejor de sus largas e importantes carreras, y sería merecido el premio de interpretación para uno de los dos, o ambos.
Otro nombre básico del cine francés, Alain Resnais, habla inevitablemente de la vejez. A punto de cumplir los 90 años el 3 de junio, el hombre que escandalizó, creo estupor y deslumbró con El año pasado en Marienbad y ganó el León de Oro de Venecia hace 51 años, sigue al pie del cañón cannois. En Vouz n’avez enconre rien vu (Aún no has visto nada), irónico título a estas alturas, crea un perspicaz juego entre cine y teatro, entre representación y realidad.
El planteamiento está muy bien, ya desde la forma de presentar a los personajes, que son los propios actores (Lambert Wilson, Michel Piccoli, Matthieu Amalric, Sabine Azéma y muchos más) interpretándose a sí mismos, con su propios nombres, hasta que entran en el juego dramático. Convocados de forma testamentaria por un dramaturgo que acaba de fallecer, visionan el ensayo de una obra emblemática en la que todos participaron en su juventud, Euridice, ahora interpretada por una nueva compañía teatral; y se contagian, y empiezan a recrear sus papeles. Con ese estilo declamatorio, de una cierta pomposidad llena al mismo tiempo de ironía, entre viejuno y rompedor, Resnais habla de los amores frustrados, las devociones, el tiempo pasado, las relaciones y, cómo no, el amor a la dramaturgia.
No cualquiera entra en sus códigos, como ha ocurrido siempre con su cine, pero tiene grandes adeptos. Se reflejó en la proyección de Cannes: algunos iban abandonando sus butacas, pero la mayoría ovacionó tras la palabra “fin”, que llega después de varios aparentes finales. En ellos Resnais parece despedirse del cine, del mundo…para volver a comenzar. En los créditos finales, la inmensa canción de Frank Sinatra It Was a Very Good Year, deja un tremendo poso de melancolía por el tiempo pasado y la vejez que, también él, veía venir en su disco September of My Years.