Aún asombra que en 1955 el director Otto Preminger fuera capaz de mostrar abiertamente, en el Hollywood restrictivo de la época, la adición a la heroína y sus consecuencias, y además con un actor como Frank Sinatra, que ya llevaba años convertido en estrella de la canción e ídolo de jovencitas. Imperaba todavía el código Hays que delimitaba hasta el absurdo no solo los temas, sino las palabras que no podían ser empleados en las películas. Si el sexo, o cualquier insinuación relativa, se mantenía aún en el filo de lo prohibido, las drogas simplemente no existián. En la década siguiente, en los 60, las drogas se asociaron a la cultura del rock y los movimientos juveniles del momento y ocuparon primer plano en los medios, con todo tipo de debates, o muertes de ídolos perpetuos. Pero en los años 50, en el mundo del jazz, aún una música más o menos underground, las adicciones a la heroína eran frecuentes, de Charlie Parker a Chet Baker, o su pianista Dick Twardzik, que murió con 24 años.
El título de El hombre del brazo de oro puede hacer referencia a tres cosas: en la película se apunta más a la buena mano que tiene el protagonista para hacer de crupier para un mafiosillo que mantiene un garito de juego, o a su afición a tocar la batería; pero sobre todo subyace el significado del costoso, en todos los sentidos, producto que corre por las venas de Frankie Machine, ex veterano de guerra buscando su sitio en el mundo con una esposa paralítica (Eleanor Parker), una mucho más atractiva mujer deseada (Kim Novak), y esos dos abismos que le rodean, la droga y el juego.
Con unos títulos de crédito de Saul Bass que marcan la estética tan esquemática, poderosa y característica del único artista capaz de labrarse una verdadera leyenda en esa faceta del cine, El hombre del brazo de oro es un potente drama que, aunque está basado en una novela de Nelson Agren, tiene un cierto tono teatral: pocos escenarios, y las psicologías y diálogos de los personajes como columna vertebral. Nada rutinario, por otra parte: el arte/tiranía de Otto Preminger para sacar lo mejor de sus actores, y su capacidad visual para la composición de los encuadres (véase la primera aparición de Kim Novak, con un hombre detrás, y un Sinatra recién llegado a la localidad en primer plano: las relaciones de los tres quedan explicadas antes de que empiecen a hablar) logran la fuerza que sigue teniendo la película. Aunque el cine ya no tenga limitaciones a la hora de tratar esos temas (Hollywood, de todos modos, continúa siendo recatado sin códigos externos que le impongan las normas), El hombre del brazo de oro sigue conservando toda su fiereza y desesperación en la lucha de un hombre por mantener el equilibrio en un entorno hostil.
La escena en que Frankie pasa el mono en un nuevo intento de desintoxicarse impacta por su crudeza y realismo. El comienzo con la palabra beer en el luminoso del bar podría parecer un nexo de unión con Días sin huella, la película de Billy Wilder que una década antes se atrevió a hablar de manera igualmente directa de la adicción al alcohol y que terminaba con el letrero de Bar encendiéndose y apagándose, representación visual de la permanente incertidumbre y tentación del adicto.
El hombre del brazo de oro ha sido recientemente en DVD Versus con su cuidado habitual: una excelente copia que resalta el brillante blanco y negro de Sam Leavitt, y la música jazzística de Elmer Bernstein que marcó una época; un ‘video-ensayo’ de Gerardo Sánchez Fernández; y un amplio y muy fundamentado texto de Tomás Fernández Valentí, aunque esta vez no en forma de libreto en papel, sino en pdf.
Cuidado, que hay otras ediciones de más que dudosa calidad, la buena es la de Versus. También está disponible en Filmin.
He aquí el trailer original, nada que ver su calidad de imagen con la edición que aquí comentamos.