Sinceramente, produce compasión pensar en alguien que quiera introducirse, de buenas a primeras y sin conocer absolutamente nada, en la ingente obra de Frank Zappa (Baltimore, 1940 – Los Angeles, 1993). No sólo no sabrá por dónde empezar, sino que cabe la posibilidad de que empiece por el lado equivocado y salga espantado. Y sería un terrible error, porque Zappa es tan increíblemente diverso, tan accesible y extravagante al mismo tiempo, que sería una pena perderse aunque sea una esquina de su gigantesca aportación a la música del siglo XX. Entendiendo ‘música’ en todos y cada uno de sus estilos y vertientes posibles, a menudo contradictorias o enfrentadas, pero que en manos de Zappa convivieron milagrosamente en una producción frenética y exultante, como si el guitarrista, cantante, compositor, director de orquesta y humorista, quisiera apurar una vida que terminó a sus 52 años y dar la máxima salida al torrente de creatividad de su mente.
Hoy se cumplen 20 años de la muerte de Frank Zappa y su obra, incluso para quienes llevamos décadas buceando en ella, resulta inabarcable si se quiere, pero plenamente disfrutable aunque sea en porciones no representativas del total. Y absolutamente vigente, entre otras cosas porque Zappa se adelantó a su(s) tiempo(s) y practicó, a la vez que las combatía, todas las tendencias musicales de la efervescente era que le tocó vivir como músico, desde mediados de los 60 hasta comienzos de los 90.
En sus 26 años de actividad discográfica publicó más de 60 Lps, varios de ellos dobles, a los que habría que añadir los veintipico que se han publicado después de su muerte con una parte del material inédito que dejó grabado. El hombre capaz de componer todo un complejo álbum durante el mes que pasó con la pierna escayolada hasta la ingle (fue arrojado del escenario al foso por el celoso novio de una fan durante un concierto), Waka Jawaka (sólo uno de los tres Lps que publicó en 1972), practicó todo tipo de músicas y todas a la vez. Valga como referencia citar los dos estilos que más le influyeron en su adolescencia: los grupos de doo woop y el pop juvenil más comercial propio de los años 50, y la rompedora música concreta de Edgar Varèse. Entre esos dos polos extremos cabe la desbordante imaginación de Zappa, guitarrista fundamental como estandarte del rock, pero también compositor de música contemporánea, cantante de seductora voz, burlón y hasta ofensivo comentarista de la sociedad de su tiempo a través de sus canciones, y director de orquesta, tanto si se trataba de una de sus múltiples y cambiantes bandas de estructura rock (a menudo en los conciertos se sentaba en un taburete a escuchar a sus músicos y dirigirlos con una batuta o con las manos) como de una orquesta en toda regla: ya en 1968, cuando había despuntado con sus dos primeros Lps junto a The Mothers of Invention como revulsivo de la América underground , se descolgó con un tercer Lp meramente orquestal, Lumpy Gravy. Pop, hard-rock, punk, dodecafonismo, jazz-rock, soul, doo-wop, rhythm & blues, big band, art-rock, cabaret y teatro del absurdo, de todo hay en sus discos, casi siempre para dar la vuelta a todos los patrones y llevarlos a su sonido único. Otro ejemplo: a ver quién es capaz de hacer en la misma gira versiones del Bolero de Ravel, Stravinsky, Jimi Hendrix y Led Zeppelin.
Se reía de todo y al mismo tiempo era lo más serio, concienzudo y estricto que se puede ser como músico. Una de sus imágenes más características le muestra sentado en la taza del váter, con los pantalones por los tobillos. Cuando fue por primera vez a Barcelona, al llegar el taxi que le iba a recoger, se metió en el maletero del coche. Incluyó antes que nadie alusiones sexuales descaradas y palabras moralmente ofensivas en su música, hizo gala del mal gusto dos décadas antes de que Peter Jackson hiciera su Bad Taste, y entre sus canciones más jocosas están las tituladas Por qué me duele cuando meo (balada lacrimógena sobre las consecuencias de la gonorrea), Tetas y cerveza (que en directo provocaba un diálogo extravagante con Terry Bozzio convertido en calenturiento diablo), Olor a pies (para denominadr una pieza de blues pantanoso), Soy tan gay (que en directo iba acompañada de una parodía de las locazas), Los corazones rotos son cosa de gilipollas (una de tantas mofas del romanticismo juvenil), ¿Cuál es la parte más fea de tu cuerpo? (la respuesta es “tu mente”), He estado dentro de ti (parodia de la balada amorosa de crooner) o Mi guitarra quiere matar a tu mamá.
Se rió a la cara de los hippies en plena era hippie con la canción Flower Punk, y del american way of life durante toda su vida. Los conciertos de los Mothers of Invention se convertían en happenings disparatados que mezclaban muñecos que eyaculaban nata sobre el público y concursos de baile de tangos de una sola nota, amén de la mofa del Sargeant Peppers de los Beatles que comentaremos después. También acuñó la frase Estamos en esto solo por el dinero en plena era de solidaridad y filantropismo hippie. Y su tendencia irrefrenable hacia lo políticamente incorrecto (mucho antes de que se inventara tan absurda expresión) le sirvió para meterse airadamente con el gobierno de su país, mofarse de los políticos y componer y publicar una canción (I Don’t Wanna Get Drafted) contra el alistamiento para la guerra. En su faceta político-social, también figura una estrecha relación en sus últimos años con Václav Havel.
Pero al mismo tiempo Zappa era el músico más estricto que se pueda imaginar. Esa banda que aplicó la palabra freak antes que nadie y lucía unas pintas de cuidado, estaba liderada por alguien que nunca permitió las drogas en su entorno, sometía a sus músicos a un ensayo permanente que desembocaba en una increíble maquinaria de hacer música en directo, capaz de enlazar cada noche repertorios distintos con complejísimos cambios y virtuosas intervenciones por parte de cada músico, y dedicaba su vida por entero al trabajo: enlazaba giras y grabaciones de discos y el resto del tiempo (aparte de dirigir un par de películas y otras frikadas ocasionales) permanecía encerrado en su estudio casero trabajando sobre el material que grababa en directo, puliendo técnicas de sonido para lograr que sus discos tuvieran una calidad inigualable. Por esa exigencia máxima, con una actividad tan cambiante como difícil de seguir, los músicos no le duraban mucho. Pero a las decenas que pasaron por sus formaciones les puso al límite de su creatividad: muchos de ellos fueron luego figuras notables, aunque quizás nunca brillaron tanto como a su lado: Jean-Luc Ponty, George Duke, Terry Bozzio, Adrian Belew, Bruce Fowler, Ian Underwood, Ike Willis o, este es un caso aparte, Captain Beefheart.
Tratando de desborzar todo ese arsenal, y muchas otras vertientes que no he contado, escojo aquí cinco discos de Frank Zappa que, además de ser magistrales, me parecen la forma más cautelosa y fructífera de entrar en su obra. Y si a la primera no funciona, no hay que claudicar: aunque parezca raro e inaprensible, Zappa siempre te enganchará por algún lado, sea por el humor, el rigor musical o incluso la melodía sentimental, que también la tiene.
Puede ser el disco más comercial y al mismo tiempo el que mejor compendia todas (o casi) las facetas de Zappa. El que contiene más canciones de estructura más o menos pop y muestra su faceta de virtuoso guitarrista, incisivo humorista, maestro de la espontaneidad y la perfección interpretativa, todo simultáneamente. En ese sentido, es un disco que combina como probablemente ninguno ha hecho, la inmediatez del directo con la elaboración minuciosa del estudio. Y es que es uno de varios álbumes con composiciones nuevas, inéditas en el momento, pero con las bases extraídas de grabaciones en directo, sobre las que Zappa reelaboraba con su técnica de overdubs los temas en estudio, insertando un solo de 1974 sobre una canción grabada en 1978, por ejemplo. De hecho, el interior de la carpeta del doble elepé original mostraba una fastuosa foto de sus manos sobre la mesa de mezclas. Y el sonido era en su momento (y también hoy día) un prodigio de claridad, punch y precisión, en parte mermada en sus posteriores reediciones en CD y remasterizaciones uniformizadoras (comprobado personalmente). En esas cuatro caras surgen sin interrupción una canción fabulosa tras otras, con Bobby Brown como estandarte, quizás lo más parecido a un éxito que tuvo nunca Frank Zappa, una parodia de la balada del chico seductor cantando a la chica que se quiere ligar, que paradójicamente se convierte en una joya del género. “Hey, gente, soy Bobby Brown / Dicen que soy el chico más cool de la ciudad / Mi coche es veloz, mis dientes brillan / Les digo a todas las chicas que pueden besar mi trasero / … / Oh, Dios, soy el sueño americano / Y no creo que soy muy extremo / Soy un encantador hijodep… / Conseguiré un buen trabajo y me haré realmente rico”, decía la letra.
Otra parodia, la desternillante encarnación de Bob Dylan que hacía Terry Bozzio, está también dentro de una amalgama en realidad muy seria y brillante, con capítulos tan excitantes como la locura punk de I’m So Cute , tan románticos como I Have Been In You, armonías vocales tan asombrosas como las de Baby Snakes o Broken Hearts Are For Assholes, hasta llegar al éxtasis guitarrístico final con los doce minutos de ‘Yo Mama. Obra maestra total, uno de mis discos más queridos.
Tras sus primeros discos con The Mothers of Invention y el orquestal Lumpy Gravy (1967), Zappa dedicó su segundo disco en solitario (¡y séptimo elepé que publicaba en tres años y medio!) a mostrar por primera vez todo su potencial como guitarrista. Hay que especificar en este punto que probablemente nadie como Frank Zappa ha hecho del solo de guitarra algo tan excitante y pertinente, con la salvedad quizás de Neil Young aunque Zappa le superaba en técnica (difilmente en sentimiento, eso sí). Quiero decir que sus largos solos nada tenían que ver con la expresión chulesca del guitar hero, ni con la simple exhibición de virtuosismo enrrollao. La guitarra de Zappa es improvisación con la máxima técnica y al mismo tiempo cada nota parece compuesta como una construcción melódica. Y en este disco, en su mayoría instrumental, todo eso se expresa de forma apasionante. Es célebre Willie the Pimp, no sólo por la intervención de Captain Beefheart, sino por el brutal solo de guitarra que empuja como una locomotora desbocada sus 11 minutos de duración. Pero yo me quedo con dos temas que a partir de una melodía más o menos sencilla, muestran unas increíbles variaciones de arreglos, que a cada nueva vuelta crecen en intensidad y belleza, gracias también a la importantísima intervención de Ian Underwood con sus inventivos sonidos de órgano, y también en los instrumentos de viento: el emblemático Peaches en Regalia y una de esas composiciones cíclicas que quieres que nunca se acaben y nunca te cansas de escuchar: Son of Mr. Green Genes.
Hay que tener cara. Sólo unos meses después de la publicación del Sergeant Peppers de The Beatles, y cuando el cuarteto estaba en la cumbre de la admiración mundial, los Mothers of Invention publican un disco titulado Estamos en esto sólo por el dinero y con una portada que parodiaba el exterior y el interior de la carpeta de la obra maestra beatleniana, pero sustituyendo las figuras legendarias por otras alternativas, y muchas con los ojos tapados, y sustituyendo flores por zanahorias y sandías. En la foto interior, que acabó siendo exterior porque a la casa de discos le pareció demasiado ofensiva la parodia y le dio la vuelta a la portada, los serios y militarizados Beatles se transmutaban en un Zappa con coletas y sus colegas con camisones, o algo parecido. Musicalmente, el disco es la cima del collage sonoro, astuto y disparatado, que constituían los primeros Mothers of Invention, 19 pequeñas piezas enlazadas en permanente choque de estilos y hallazgo melódico. Concentration Moon o The Idiot Bastard Son aparecen como capítulos destacables de una obra que funciona como un todo indisoluble, una sorpresa continua, que incluye grabaciones de una operadora telefónica o a Jim Black diciendo “hola, soy el batería y el único indio del grupo” (cosa que era verdad). El propio Zappa lo reeditó cuando fue remasterizando para CD su catálogo en los 80, regrabando partes de la batería y el bajo porque los consideraba mal grabados, cosa que hizo también con el disco Cruising with Ruben & the Jets. Craso error, busquen la versión original.
P.D.: No se enfaden los fans de The Beatles (entre los que me cuento, claro): tres años más tarde Zappa estaba colaborando con John Lennon en un concierto (como testimonia el disco Sometimes in New York City de Lennon) y en su última gira hizo versiones de I Am the Walrus y otros temas del cuarteto ofendido.
La cima de la época más orientada al jazz-rock de Frank Zappa en la que una vez más demostró que el virtuosismo y las melodías complicadísimas no tienen por qué ser ni frías ni aburridas, y que pueden aflorar con naturalidad en estructuras de canción más o menos pop-rock. Como en el anterior disco-hermano Overnite Sensation (1973) cuenta con músicos tan ilustres como Jean-Luc Ponty y Sugar Cane Harris al violín y George Duke a los teclados, además de la colaboración de Jack Bruce y varios ex-Mothers. Pero destaca especialmente el sonido del eufórico vibráfono de Ruth Underwood que caracterizó esta época de Zappa. Cosmik Debris, de Apostrophe, y Camarillo Brillo, de Overnite Sensation, son algunos de sus temas más emblemáticos.
Tras Sheik Yerbouti, y siguiendo un parecido patrón musical, Zappa fue más allá con un triple álbum conceptual (publicado originalmente como un disco sencillo y uno doble) en forma de (paródica una vez más) ópera rock, en torno a las andanzas de un chico que monta un grupo de rock de garaje, tiene problemas con las mujeres y es aleccionado por un extraño ente llamado The Central Escrutinizer. No es tan redonde y brillante como Sheik Yerbouti, pero contiene muy buenas canciones como las burlonas Catholic Girls y Why Does It Hurt When I Pee o la contagiosa Keep It Greasy y, sobre todo, dos de los momentos más emocionantes de la carrera de Zappa, la sentida balada Lucille Has Made My Mind Up, y la instrumental, básicamente un solo de guitarra, Watermelon in Easter Hay: pocas veces las seis cuerdas de una guitarra han sonado tan increíblemente humanas. Una melodía y una ejecución que te puede llevar a las lágrimas. Fue utilizada muy bien por Alfonso Cuarón al final de Y tu mamá también.
Queda fuera de esta selección, además de muchos discos espléndidos (y la faceta más escorada a la música contemporánea, del fascinante Studio Tan a The Yellow Shark), una parte importantísima del catálogo: los discos en directo. Entre los que fue publicando en vida, destacaría Fillmore East June 1971 (1971), una gozada de principio a fin, con una versión más asequible de los Mothers of Invention comandada por los ex cantantes de The Turtles, Mark Volman y Howard Kayland, como maestros de ceremonias y brillantes vocalistas; Zappa in New York (1976), que como el anterior tiene un estupendo equilibrio entre la parte de show humorístico y el rigor musical propios de los shows de Zappa en los 70; y la serie You Can’t Do That On Stage Anymore, seis CDs dobles con grabaciones en directo de todas las épocas mezcladas, seleccionadas por el propio Zappa de su gigantesco archivo: parece que grababa todos sus conciertos.
Vi dos veces a Zappa en directo, las dos que visitó el País Vasco, y fueron apasionantes. La primera, en el polideportivo de Anoeta, en San Sebastián, el 20 de septiembre de 1984. Era una época de discos bastante más flojos, aunque en el intento de seguir en la misma línea de los anteriores Sheik Yerbouti y Joe’s Garage, pero el repertorio fue variado y servido por una banda impecable. Algunos se molestaron por el hecho de que Zappa dedicara mucho tiempo a dirigir y observar a la banda, pero cuando cogía la guitarra o la voz cantante resultó deslumbrante. Y la segunda vez en Bilbao, en su última gira, en la que en un más difícil todavía, montó una especie de big band multiusos, en la que cada noche ofrecía un repertorio distinto, que combinaba las composiciones propias más legendarias con versiones de clásicos en su sentido más amplio: el Bolero de Ravel, Bela Bartok, Led Zeppelin, el Padrino de Nino Rota, Cream y Jimi Hendrix. El asombroso éxtasis musical que volcó en la que terminó por ser su despedida en el mundo del rock (luego hizo conciertos con su proyecto de música contemporánea The Yellow Shark), quedó reflejado en los dos CDs dobles The Best Band You Never Heard In Your Life (1991) (chulesco pero no tan desencaminado título) y Make A Jazz Noise Here (1991). Y por fortuna el concierto de Barcelona de la misma gira fue grabado y emitido íntegramente por Televisión Española (¡qué tiempos!). Aquí está.