Dado que las películas navideñas, como los villancicos, solo tienen pleno sentido si son disfrutadas en esta época del año, conviene aprovechar la temporada para conocer algún título más del peculiar género. Mientras no falta la cadena televisiva que programa Qué bello es vivir (It’s A Wonderful Life, Frank Capra, 1946) o siguen apareciendo nuevas versiones de De ilusión también se vive (Miracle on 34th Street, George Seaton, 1947) , Mr. Scrooge y demás, se ha editado en este mes en DVD una curiosidad que bajo el árbol de luces y el título de Romance en Navidad (Holiday Affair, Don Hartman, 1948) reúne a dos actores que en principio poco asociamos a entrañables reuniones familiares, sobre todo para quienes tengan como referencias al temible predicador de La noche del cazador (The Night of the Hunter, Charles Laughton, 1955) y a la protagonista por poco rato de Psicosis (Psycho, 1960).
Bastantes años antes de ambos hitos, Robert Mitchum y Janet Leigh se reunieron en Romance de Navidad con otro actor más anodino, Wendell Corey, para crear el triangular conflicto. Porque, aparte de colocar las bolas del árbol, poner en marcha un tren eléctrico, pasear entre la nieve de Central Park y pelearse con la marea humana de compradores de regalos en las principales avenidas neoyorkinas, los protagonistas del film tienen que elegir su destino amoroso. O más bien la joven viuda con un hijo, que está dispuesta a casarse con el anodido por pura inercia, se ve en un dilema cuando conoce a un hombre sin destino ni dinero pero con el talante indudablemente seductor y aventurero de Robert Mitchum.
Lo dijimos en el post anterior: cualquier escena de los años 40 con tren eléctrico promete algo bueno, y Romance en Navidad comienza con uno espectacular, que juega con el equívoco de si se trata de un juguete o una maquete de las que el cine utilizaba para crear la ilusión de realidad a gran escala. No deja de ser una ligera comedia romántica, y la resolución de la intriga sobre la elección de la mujer se intuye desde los títulos de crédito iniciales.
Pero, para empezar, la película del polifacético aunque no muy inspirado director Don Hartman cumple con toda la iconografía de la Navidad creada por el Hollywood clásico. Una Navidad que no se instala en una familia feliz y burguesa, sino en el hogar de una mujer luchadora que se las tiene que ingeniar, hasta con tretas comerciales poco ortodoxas, para sacar adelante a su hijo, dado que el marido murió en el campo de batalla. La sombra de la Segunda Guerra Mundial y el dolor y las ausencias que dejó en muchos hogares, además de las dificultades económicas, están ahí, aunque sea dulcificados por las características del producto.
Este Robert Mitchum romántico y navideño no está fuera de tiesto en absoluto: tiene un valor añadido saber que fue contratado para esta película poco después de haber sido detenido por posesión de marihuana, y que, lejos de ser arrinconado por ello, el productor Howard Hughes, “ávido de escándalos y más proclive a perdonar a drogadictos que a comunistas o mujeres reticentes”, según se puede leer en el bonito libreto que completa la edición como es habitual en Carousel Films y otras colecciones de la editora Absolute (aunque se dice que la película “se grabó…”, horror), le contrató para Romance en Navidad como forma de lavar su imagen. Y Mitchum le da un toque canalla y retador que atrae inmediatamente al niño y lo elige enseguida como padre sustitutivo (y no sólo porque le regale el tren eléctrico), frente al ordenado, pasmado, soso hombre de bien que interpreta Wendell Corey. O sea Mitchum llega para hacer temblar la familia ordenada, incluyendo una cena con los padres de ella de lo más tensa.
El ambiente de un Nueva York navideño (o la recreación que Hollywood hacía de él), el toque de fantasía bonachona a lo Capra que supone la secuencia del viaje a los grandes almacenes que emprende el niño o el no menos fantasioso final jugando de nuevo con la escala del tren, hacen de Romance en Navidad un buen título a considerar por quienes tengan estos afectos navideños más propios de una iconografía mítica que de la realidad estridente de hoy.