Este mes de Marzo ha salido un informe de la IARC (Agencia internacional para la investigación sobre del cáncer) que trabaja para la OMS acerca de los efectos, que una serie de insecticidas y herbicidas, tienen sobre la salud. En concreto llama la atención uno de estos productos, EL GLIFOSATO.
Este producto fue desarrollado por los laboratorios de Monsanto en los años 70 y es el principio activo de su famoso herbicida conocido como “Roundup”. Su consumo se extendió, y a día de hoy es raro que en las producciones agrarias, los agricultores no estén expuestos a este químico. Incluso se han desarrollado cultivos genéticamente modificados de soja, maíz, trigo o alfalfa entre otros, que resisten a este herbicida, lo que permite fumigar masivamente los campos.
Durante 40 años aproximadamente se ha estado llevando una batalla sobre los posibles efectos negativos que este producto causa en el organismo. Y no pienses que la batalla se ha ganado. La IARC en su informe clasifica al Glifosato dentro de la categoría 2A, una lista que engloba productos que son probablemente carcinógenos en humanos. Los productos que son cancerígenos al 100% según sus estudios están en la lista 1. Al estar clasificado como 2A compete a cada país tomar las decisiones pertinentes sobre el uso o no de esta sustancia.
Sinceramente, no soy capaz de entender porqué hacemos las cosas al revés. Empezamos a utilizar químicos sobre los alimentos que consumimos sin haber valorado antes las consecuencias que puede tener para el organismo la exposición a estos productos a largo plazo. ¿Cual es el precio de la salud? Desde luego es alto porque estas industrias agroquímicas mueven miles de millones para fomentar estudios cientificos en favor de sus productos y desmentir afirmaciones como la que acaba de hacer la IARC.
Vamos dando pequeños pasos para conseguir una alimentación mejor pero el camino que queda es muy largo. Cada elección cuenta. Un consumidor informado tiene el poder de decidir si compra o no un determinado producto. Por eso cuanto más y mejor informados estemos, más capaces seremos de exigir una alimentación de calidad. Porque una producción alimentaria sostenible y saludable es posible, pero exige que los productores cambien su manera de producir y que los consumidores cambiemos nuestra forma de consumir. ¿Estamos dispuestos?