Después de cubrir con nota su periplo universitario con los Cavaliers de Virginia, Devin aterrizó en Donostia para ocupar el puesto de escolta titular, destinado en principio para Antonio Stacey. Pero el plantón de éste, precisamente para jugar en el Inca, llevó al Bruesa a fichar a Smith -que a la postre se convertiría en un ídolo antes de emigrar a Italia y después a Estambul, donde hoy en día juega la Euroliga-.
Devin no podía jugar sin camiseta y el equipo necesitaba a Devin. Por suerte, había margen de tiempo y Fisac envió a un emisario a por la prenda olvidada. La camiseta llegó a tiempo y el jugador la recibió cuando los árbitros habían señalado los tres minutos para el comienzo del partido. Fisac impartía las últimas instrucciones, cuando Devin se colocaba la camiseta, pero un nuevo grito cortó el discurso del técnico. “Damn it!, my pants!“. También había olvidado los pantalones de juego.
Después de unos instantes de tensión, apareció un protagonista inesperado. Rubén Méndez.
Méndez era el último del banquillo. Un temporero que había llegado para cubrir la marcha de Álex Burgos. El último mono. Y curiosamente, compartía puesto con Smith, por lo que el olvido le beneficiaba directamente. El mundo del baloncesto profesional es así, si mi compañero se equivoca, éste puede ser mi día.
Tranquilamente, Rubén pudo quedarse callado y esperar a que su entrenador le dijera que hoy le tocaba jugar a él. No lo hizo. Como un resorte, tras la sorprendente noticia y con el inminente comienzo del partido, se quitó el chándal, se bajó los pantalones y le dijo a Devin: “Utiliza estos“.
Y Devin los usó. Y el Bruesa ganó el partido. Y después, un play-off ante el mismo Inca. También la siguiente eliminatoria ante León, convirtíendose en el primer y hasta ahora único equipo que ha logrado el ascenso a la ACB con el fáctor cancha en contra y sin perder un partido.
Ése ascenso se cerró con un tercer encuentro delirante ante el León y que ha quedado ya para los libros de Historia del Baloncesto guipuzcoano. Una apoteosis que, por unas horas, trasladó al polideportivo Gasca a los tiempos del entrenador que hoy le da nombre, y de Hollis y de Berwald y de Abdul-Jelany. Cuando sonó la bocina final, lo primero que hizo Porfi Fisac fue girarse, buscar con la mirada en el banquillo a Rubén Méndez y fundirse en un abrazo con él.
El mítico pívot de los Chicago Bulls, Bill Cartwright dijo una vez: “La mayoría de los equipos tienen jugadores que quieren ganar, pero no están dispuestos a hacer lo necesario. Lo necesario es darte a ti mismo al equipo hasta el final y desempeñar tu tarea. Puede que esto no siempre te haga feliz, pero has de hacerlo. Porque cuando lo haces, entonces es cuando ganas“.
Aunque pocos recuerdan a éste jugador y aún menos saben que Rubén encajó una por el equipo en lugar de aprovechar la coyuntura; su acción es el ejemplo perfecto de por qué ése humilde Bruesa era un equipo especial. Un equipo de esos con los que rara vez te encuentras, y que no sólo revivió el sueño de la ACB para Gipuzkoa, sino también la ilusión por el Baloncesto.