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Puerta atrás

¿Porqué nos va a costar ganar en el Garden?

Chuck Daly decidió llevar a su equipo dos horas antes de lo habitual al pabellón. Ese día jugaban en el Boston Garden contra el equipo campeón, los Boston Celtics, y era muy importante concienciar a su chicos de lo que implicaba ganar dentro de los muros que más historia guardaban de la NBA.


Los años 80 tocaban a su fin y los Detroit Pistons eran un equipo emergente, aspirante a desbancar a los dos grandes dominadores de la década: Los Celtics y los Lakers. Con Isiah Thomas y Bill Lambieer a la cabeza, el equipo de la Motown se había ganado la fama de equipo duro; no, duro no, sucio. De ahí el sobrenombre de Bad Boys.


En la Conferencia Este los Celtics eran los amos y señores, pero dos amenazas se cernían sobre el equipo verde: Los Pistons y unos Bulls liderados por la nueva sensación de la liga, un joven llamado Michael Jordan. Por suerte para Detroit, el entrenador Daly había ideado una fórmula para detener a la estrella de Chicago, las llamadas ‘Jordan Rules’, que se resumían básicamente en golpear a Jordan y después, golpearle un poco más.


Así, los Pistons habían logrado dejar en la cuneta varias veces a Chicago, pero ahora tocaba viajar a Boston; eran las Finales de Conferencia y Daly quería dejar bien claro que para ganar en el Garden tendrían que dejarse a piel.


Clac, clac, clac…


Así, la plantilla de los Pistons al completo se presentó en el mítico Garden cuatro horas antes del partido, es decir, dos antes de lo habitual, y el mismo gesto de extrañeza invadió los rostros de los jugadores. Tras cruzar la puerta del pabellón, un incómodo sonido acompañó el paseo por el túnel y hasta el vestuario. Clac, clac, clac… Clac, clac, clac…


Los jugadores se fueron sentando dentro de la fría e inhospita sala que los Celtics tenían reservada para el equipo visitante y el sonido seguía ahí: Clac, clac, clac… Una vez estuvieron todos colocados, Joe Dumars, el niño bueno de los Bad Boys, tomó la palabra y preguntó: “Coach Daly, ¿Qué hacemos aquí tan pronto?”. A lo que el que después fuera técnico jefe del Dream Tem respondió: “Os he traido para que comprendáis porqué nos va a constar tanto ganar el Garden”.


“Guardad silencio”. Y eso hicieron todos. Rodman, Isiah, Lambieer, Microondas Johnson, Dumars y todos los demás, callados. Y el silencio sólo era roto por ese molesto sonido metálico, ahora mucho más cercano. Clac, clac, clac… Clac, clac, clac… 


Después de unos minutos ahí parados, los jugadores comenzaron a mirarse los unos a los otros, hasta que todos los ojos desembocaron en Dumars, que entendió que debía ser el portavoz de sus compañeros. Clac, clac, clac… “Coach, perdone, ¿pero qué demonios es ese sonido?”.


Chuck Daly se tomó unos segundos para dirigir su mirada a sus jugadores. “¿Eso? Es la razón por la que estamos aquí. Ése es el sonido de todos los escalones de este pabellón, porque hay un tipo que los está subiendo y bajando en dos ocasiones. Y su nombre es Larry Bird. Por eso nos va a costar tanto ganar en el Boston Garden”.


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