Apetece ser una histérica Pe en los Oscar para poder gritar el nombre de Pedro en una clara demostración de admiración. Vaya eso por delante.
¿Por qué hay gente que siempre hace la maldita pregunta?: “¿qué tal está la cocina de Pedro?” “¿Ya merece la pena subir?” Cuando sólo hay una respuesta posible: “Está espléndido y siempre merece la pena subir” El local es acogedor y moderno. El ambiente es relajante y se puede hablar. El servicio es de lujo, correcto, sencillo y sabe estar en su sitio. A quienes nos gusta el vino tenemos la posibilidad de hablar con el Sumo Sacerdote que es Carlos Muro y siempre es un placer que te recomiende un vino. Una conversación con Pedro siempre te levanta el ánimo y encima algunos platos nuevos están que se salen.
Hay algo en esa cocina que hace que sea muy especial. Pedro, como los mejores, ha vuelto a la pureza de sabores, a presentar el producto con una sencillez que te deja clavado al asiento. Y la creatividad está en la ejecución.
El momento en el que se diferencian los grandes, de los buenos, de los mejores y de las tres estrellas está en esa ejecución, en la presentación, en la capacidad de hacer que lo simple parezca que ha dado un paso hacia lo eterno.
Porque si no cómo se explica ese plato llamado “Moluscos en la red del Pescador” (haría el juego de llamarlo simplemente Moluscos en la Red por aquello de “vaya usted a buscar estos moluscos en internet”), los moluscos no tienen ningún misterio más que el de elegirlos, hacerlos cada uno en su momento (en el caso de que hubiera que hacerlos) y presentarlos bajo esa red. No sólo está todo el sabor del mar en cada bocado sino que además te da la sensación de que estás sentado al borde del mar, que los acabas de pescar, o sentado “al borde del muelle sobre la bahía” y que te está cantando Otis Redding.
Y destaco un segundo plato, el Chipirón “Cebra”. De nuevo selección precisa del producto, cocción (si es que existe) oriental y moderna, el sashimi limpio y al fondo las patitas hechas como antes para que nadie pierda la perspectiva, a eso se le llama la fusión perfecta de dos mundos, lo oriental y lo local, lo moderno y lo tradicional (el caballo y el asno = la cebra) y para subrayar el nombre, esas rayas de cebra para que la tinta tenga su presencia. Decían que con la comida no se juega, vaya que si se juega y uno lo pasa estupendamente.
Comer en Akelarre despierta muchos sentidos, muchos sentimientos y te abre los ojos como si fueras un niño. De eso tratan los lugares tan especiales.
Los vinos fueron un Hofbergen Riesling Gran Cru elegido por Carlos, extraordinario y un Castell del Remei 1780 – 2001 elegido por mi y que había pasado algún momento mejor, pero es lo que tiene querer saber cómo evolucionan los vinos.
Blog escrito escuchando: Otis Redding – Sitting On the Dock of the Bay