Tengo un problema con las guindillas. Mi paladar es muy sensible con el picante. Hasta el punto de que me he levantado de un restaurante cuando me pusieron guindillas como aperitivo de aquellas de “te juro que no pica ni una”, y estuve dos meses sin hablarle al cocinero. Y estoy harto de oir a la gente que “sabe” perfectamente cuales pican y no pican, que si el tamaño, que si la curvatura del rabo, que primero te comes un lado y lo pruebas, que si te pones de pie y das tres vueltas antes de comer seguro que no te pican. Al final siempre acabo tragando y al final siempre acaba picando. Así que el otro día me pusieron a un productor delante. De nombre Pedro Zubelzu, Ibarrako piparrak. Le hice la pregunta: “¿Se puede distinguir una piparra que pique de otra que no?” Me miró y me dijo: “Yo sí”. “Y cómo” le reté. “Las mías, me dijo, no pican ninguna”. Así de claro y así de sencillo. “Embotamos solo nuestras piparras, las cuidamos en el campo y sabemos que para que no piquen hay que echarles el agua que necesitan. Además, las embotamos muy poco tiempo después de recogerlas.”
Pensé que era una fanfarronada más de un productor que lo único que quiere hacer es vender. Así que me lancé, compré tres botes diferentes de la marca en tres establecimientos diferentes y probé de cada una. Efectivamente, ninguna, tanto grande como pequeña, torcida o recta, gorda o delgada, ninguna picaba más allá de lo necesario. La piel es fina y la textura consistente, ácida en su justa medida. Muy bien y todos los botes iguales. Así que para todo aquel que no quiere que se le anestesie el paladar al sentarse a comer que pruebe estas piparras. Creo que no las vende frescas porque si no son las única que pediría para asegurarme un aperitivo sin sorpresas.
Blog escrito escuchando: Ted Nugent – Full Bluntal Nugity