Estuve hace unos días con el gran Santi Santamaría (entrevista en Más Gastronomía de Punto Radio el sábado de 13 a 14hs.) y, además de pedir a gritos que los restaurantes tuvieran que poner los ingredientes que usan en los platos, su discurso siempre iba por el mismo camino: producto, producto, producto. Razonamientos claros y, efectivamente, algo con lo que podemos estar de acuerdo todos, todos, todos, siempre que no nos toquen el bolsillo porque está claro que el producto perfecto e ideal es cada vez más caro carísimo.
Pero hay otro detalle con el que me gustaría contribuir en este debate (o no) del asunto de la cocina:
Imaginémonos por un momento que todos estemos por la labor del producto, imaginémonos que hemos llegado al estado ideal de que todos los cocineros puedan tener el mejor producto siempre, pero… ¿cómo lo cocinarán?
Aquí hay otro asunto importante porque para que un producto conserve todas sus propiedades y todas sus características el cocinero debe respetarlo y aquí es donde nos encontraremos con un pequeño desencanto. ¿Qué hacemos con el que destroza un producto? Y no hablo de destrozarlo haciéndolo demasiado, sino simplemente haciendo que pierda un gramo más de vitaminas o proteínas de las que debería.
Un espárrago metido en el agua de cocción un minuto más de lo que se merece (que en boca ni se nota) perdería la mayoría de las propiedades que puede tener. ¿Ponemos también el tiempo exacto de las coccciones para que cada comensal sepa lo que se pierde? ¿Enviamos a la policía cocinera para que esté detrás de cada cocción?. Mejor aún: instalamos cámaras en todas las cocinas para que se vea bien cómo se hace cada plato, qué ingredientes se usan y quién emplata cada servicio.
No sé si me apetece que la comida se convierta en esa historia tan estresante.
Blog escrito escuchando: Tindersticks