Nos reunimos en la terraza del Branka de San Sebastián, un lujo único y abierto a todo aquel que vaya a comer o cenar allí. Nos pusieron unas anchoas en salazón. Nos quedamos de una pieza, con su sal muy justa, piezas vistosas y enteras. Estaban muy buenas. Alguien sonrió y dijo: “De Croacia”. Y nos quedamos como idiotas, la lata decía Solana Arriola de Santoña. Y nos confirmaron, son anchoas de Croacia, se salan en origen y se llevan luego a Santoña donde se hace todo el proceso de envejecimiento y maduración.
No nos lo podíamos creer. Hace poco Revilla (el Presidente de la comunidad vecina) dijo: “Hay anchoas de Croacia, Chile, Argentina… pero sólo las del Cantábrico son auténtico caviar” Pues no, dependerá de quién las compre, cómo las procese y cómo se haga el control de calidad. Qué importa de dónde sean las anchoas si están buenas. Por cierto, ¿alguien se imagina de qué marca son las anchoas de Santoña que regala el Presi a todo aquel que se encuentra en Madrid? Un poco más arriba está la marca, sí, esas mismas.
En esa misma reunión nos comimos un pulpo que también estaba de lujo, marroquí por más señas, de un caladero único. Y un Loureiro de cocinero lo preparó como un manjar.
Si los argentinos compran su carne en Uruguay (donde, dicen los conocedores, es el lugar en el que se alimenta a las vacas de forma natural, o por lo menos es donde se pueden fiar de que se les alimenta con hierba), si el supuesto mejor carnicero de Italia compra sus reses en Girona, ¿por qué tenemos que estar tan obsesionados con las procedencias de los productos?
Como decía aquel, no importa que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones.
Salvo en el caso del campo que, efectivamente, lo que madura en la planta o en la tierra se consume en su momento óptimo cuanto más cerca está, lo demás depende de tantas cosas que tenemos que estar abiertos a lo que nos traigan.
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