Al menos eso hemos pensado siempre. Pero ayer por la noche, en el Sebastián, saludé a más gente conocida de la ciudad que lo que se suele hacer en otros locales.

Puede ser porque tenemos ganas de salir, puede ser porque es un clásico de verano, puede ser, incluso, porque ir a un restaurante del muelle es un ritual que hay que cumplir todos los años al menos una vez, yo que sé, pero el caso es que no es una atracción turística.

Yo fui porque me llevaron y siempre voy con cierta prevención, el cansancio, las prisas, la tensión pueden hacer que los platos no estén siempre igual sobre todo si vas a última hora (recordar que es de los pocos sitios en los que puedes levantarte de la mesa cenado antes de las nueve y se hacen turnos constantemente), pero no fue así, lo más destacable un mero brillante, por cómo era el señor y cómo estaba hecho. Dice el bueno de Luis que prefiere no dárselo a alguien que no sabe comerlo en su punto. Mejillones, almejas, dos platos de sardinas y dos de mero con un vino (sencillo porque no hay más): 110 euros.

Blog escrito escuchando: The Pains of Being Pure at Heart