Esta es la historia de un niño que creció en un caserío de Beizama rodeado de unos animales a los que su familia quería mucho.
Esta es la historia de un mercado que cambió y de aquellos animales, que tanta falta hacían por su tocino, ya no interesaron. Además, con poca descendencia, menos aún.
Esta es la historia de la ilusión que le quedó al niño porque no se perdiera una raza que ya había desaparecido en otras tierras, “ya nadie se acuerda del cerdo llamado chato vitoriano”, eso no debía pasar en Gipuzkoa.
La historia del niño que se hizo mayor y que empezó una búsqueda, que se convirtió en una pelea y que acaba siendo, hoy, una conquista. Porque cuando empiezas a dar los primeros pasos para sacar una ilusión adelante y te encuentras con puertas que se abren a medias para decir: “Uffff…” lo normal es tirar la toalla, pero sigues y ahora te encuentras con un mercado abonado, dispuesto a recibirte, capaz de entender la diversidad, receptivo, entonces sabes que has coincidido en un buen momento y que puedes llegar.
Esta es la historia por la obsesión de hacer las cosas bien, 37 individuos en 10 hectáreas rodeados de robles, hayas, castaños y hasta avellanas y comiéndoselo todo del suelo, no dándoles una buena tarta de cumpleaños ni churrascos de pan que tanto les apetecería y que tan fácil sería. No. Las cosas se hacen bien o no se hacen.
Así salen unos jamones (sin la grasa entreverada), chorizos, ¡el salchichón! y un lomo con grasa (el famoso tocino aquel que tanto se denostaba sirve para algo).
El niño mayor ha recibido el apoyo de los suyos y del mercado (no le hace falta más) y se llama Peio Urdapilleta y, además, tiene un caserío memorable con su capilla incluida (bajo tierra) y una ermita en la misma propiedad dedicada a San Pedro. Decir que le conoces es todo un orgullo y haber podido disfrutar unas horas con él, todo un honor.
Lo peor: ¿Nadie sabe qué hacer con esas maravillosas orejas de cerdo? Son enormes, se cubren sus ojos, dice Peio que así no tiene que ver lo que pasa en el exterior y por eso es más tranquilo. Juan Mari Humada tenía una fantástica ensalada de orejas de cerdo, yo le dejo ahí por si surge la idea.
Blog escrito escuchando: Matthew Sweet – Kimi Ga Suki