Pero llega el momento en que te encuentras con lo sublime, lo extraordinario, lo que es totalmente diferente, lo que no se puede explicar ni describir, ni falta que hace. Llegas a la perfección. Entiendes cuando alguien contó que hay tres grandes vinos que no se parecen a nada en el mundo y que están por encima del bien y del mal (casualmente los tres creados por el hombre para no perder dinero), porque lo que se ha abierto es un oporto. Recuerdo que el mejor vino que he probado en mi vida es uno con 50 años de barrica y este le supera.
Ya no importa que te hablen del nacimiento de Buñuel, o el de Saint Exupery, de que el coche llevaba en las calles alemanas solamente 14 años, a Ford le faltaban 10 para poner en marcha la revolución en su fábrica o que un tal Picasso inauguraba en Barcelona su primera exposición. Lo importante es pensar que alguien hizo un vino y que tu lo has probado exactamente 111 años después de que se hiciera, que tu lo has probado después de que ese vino estuviera en una barrica durante 72 años y que ese vino estaba perfecto, más que perfecto.
Ahora que Stephen Hawkings dice que el cielo no existe, será cuando te mueres, porque aquí en la tierra sí, en realidad lo descubrimos bajo tierra en Rekondo la semana pasada con los iRekonductibles. Y si eso no era el cielo, andaba muy cerca.
Blog escrito escuchando: Antonio Machín – Angelitos Negros