Siempre he tenido mucho respeto por Gosset, quizás porque fue de los primeros champagnes de calidad que recuerdo haber probado. Ni sé el por qué y seguramente ni importa. Fue una buena manera de entrar en el mundo del champagne porque Gosset tiene algo diferente y sin que uno nunca supiera en qué consistía la diferencia, sabía que había algo diferente.

Con el tiempo vas descubriendo cosas. Y te enteras que es, probalmente la primera marca que como tal se establece en la zona de champagne, concretamente en tierras de Grand Cru de Ay. Esto fue por el siglo XVI y empezaron haciendo vinos tintos de pinot noir que debían ser muy importantes entre la nobleza. Luego llegó el “invento” del champagne con su leyenda y todo y la familia Gosset decidió que ellos no iban a ser distintos así que desde los comienzos de la moda de las burbujas están metidos de lleno.

Y siguen haciéndolo como el principio de los tiempos, sin pasar por la maloláctica. Es esa parte de la fermentación que le da mucho carácter al champagne de nivel, esos aromas a bollería, a brioche, a la mañana, todo eso es el ánimo que le da. He/hemos probado otros champagnes que no hacen la maloláctica y nos parecen flojos. Pero he aquí la gran diferencia con Gosset.

Este Grand Reserve está hecho con vinos envejecidos de varios años y el carácter es más de un vino blanco muy elegante, en nariz aparecen mucho las hierbas y flores de primavera, todo muy fresco, pero es en la boca donde el vino revienta, todo se vuelve más serio, más tostado, va desde frutos secos hasta tostados que recuerdan incluso al café. Un vino muy serio con el que puedes jugar en la boca porque te envuelve. Es diferente y en eso consiste su atractivo.
Entre 50 y 60 euros (Lukas en San Sebastián/internet) no es caro porque es lo más cercano al lujo que se puede encontrar por ese precio.