Los tres sucesos ocurrieron en la misma semana – la semana pasada:

1.- Nuevo bar/restaurante en el centro de una ciudad turística. Viernes noche. 10,30 de la noche. Se queda una mesa libre, “ahora mismo la limpio y podéis sentaros, pero la cocina cierra a las 10,30.” “Pero como se supone que tenéis ostras, sólo queremos unas ostras” le digo yo, Y él repite con más énfasis: “la cocina cierra a las 10,30.” Me imagino que si pides unas aceitunas también pasará lo mismo. No pasa nada, cada uno es muy libre de poner el horario que quiera a su establecimiento, pero yo prefiero no ir a un sitio donde me digan que a las 10,30 se cierra la cocina un viernes por la noche.

2.- Bar restaurante de toda la vida en un pueblo de la costa. 4,30 de la tarde. Turno completo y completado de cocineros y friega platos. Cocina recogida e impoluta. Sólo quedan el propietario/cocinero y su mujer. Entran dos guiris, “to eat please?” “¿Comer, sí, sentaros que ahora os doy las cartas.” Le pregunto, “¿les vas a dar de comer a estas horas?” Me contesta: “Mira Iñigo, la comida en la cámara no me da un duro, en el plato me empieza a dar dinero. Mientras yo esté aquí y la puerta esté abierta quien quiera comer comerá.” Lleva 30 años en el negocio.

3.- Restaurante en un pueblo de la costa pero más al norte. Queja sobre el retraso en el servicio. Disculpas perfectas por parte del jefe de sala sin ninguna intención de evadrinos. Asumiendo su parte de la responsabilidad, explicando con detalle el por qué han ocurrido los retrasos. Invitando a los aperitivos (dos copas de champagne de 12 euros cada una), y con una despedida que incluye la frase “esperamos vovlerles a ver por aquí” dicho con respeto y amabilidad.