Dicen que fue el primero de los asadores. Dicen que era el local a donde llegaban los pescadores con sus capturas y los asaban en la parrilla que tenía el padre del actual propietario, se servían bebidas (alguien puede imaginarse lo que era aquello que bebían) y así pasaban el rato. Hasta que vieron que podía ser una forma de vida y le dieron carácter oficial, se llamó desde entonces restaurante Txoko, el Txoko de Getaria.
Pasados los años surgieron los demás con más poderío, más metros y más fama, el Txoko, como no podía extenderse más allá que su terraza y sus cuatro mesas interiores y al ser el primero al que llegan los turistas se adaptó a su clientela, es lo que hay.
Afortunadamente el amor tiene sus cosas y la hija del actual propietario, la nieta de quien fundó la casa se enamoró de un mejicano de apellido Feitschman y un mejicano de nombre Enrique se enamoró de ella y sabiendo que Enrique Fleitschman es el que está en el laboratorio de Akelarre desde hace ya muchos años no queda otra que sumar uno más uno para que dé como resultado dos. Y este año Enrique se ha propuesto dar pequeños cambios, pequeños toques al Txoko, intentar ir dejando de lado el asador y darle un toque a platos mucho más personales. Pero ojo, sin asustar a nadie porque todo lo que hace está basado en lo único que se conoce en Getaria y en lo único que conoce Enrique, verduras de Aroka (a menos de 10 minutos del local), el pescado local (a menos de dos minutos) y el marisco (a menos de 5 minutos). ¿Se puede pedir más?
Los platos tienen el toque personal de alguien que ha decidido que la cocina, como la vive él, es algo que conduce su vida, se convierte en una obsesión y gracias a esa obsesión puede sacar platos como:
Una sencilla ensalada de verduras de primavera y bonito se convierte en un cuadro y un festival de sabores de primavera, texturas crujientes, otras más hechas, asadas, cocidas, de todo, buen aceite y bonito.
Puedes decir que las gmabas son gambas aquí y en Moscú, pero la frescura es un grado, la presentación otro, el toque de esa sal que se ve que hace que sea la base del plato en todos sus sentidos.
El bacalao con una corteza de piel crujiente, unas lascas blancas y la piperrada que tiene un sabor intenso, no de esos pesados que parece que naden en aceite.
Y algo tan sencillo como las patatas que acompañan a la carne se presentan así de curiosas y el solomillo (¿vas a pedir solomillo en Getaria?), pues volvería a pedir solomillo en Getaria porque la salsa que le puso fue un descubrimiento que no sé si volverá a ocurrir.
Y promete unos arroces que no piden los guiris porque no se confunden con una paella, son arroces serios.
Hay vida detrás de los grandes nombres de Getaria y este es uno de ellos. Sólo habrá que esperar a que la transformación se produzca completamente porque la mezcla de público es un peligro y no hay manera de sacar adelante una carta de vinos decente si la mitad de tu almacén tiene que estar dedicado al vino del menú.
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