Los curas son listos, muy listos. De hecho unos monjes cistercienses “inventaron” eso de los centros comerciales en el siglo XII (entonces los llamaban monasterios) y encontraron unas tierras maravillosas que hoy se conocen como borgoña y, ya entonces, fueron los que dividieron las tierras, fueron los que establecieron lo que hoy se conoce como grandes y primeros crus (cuenta la leyenda que distinguían las tierras probándolas a puñados) y, por supuesto, fueron los que amurallaron unos terrenos para un Papa de los suyos que llamaron Chateaneuf du Pape.

Pues en esa misma época otros monjes quisieron aprovechar la autopista del atlántico y pusieron manos a la obra para hacer de unas tierras gallegas unas especie de borgoña, o lo que sea. El caso es que se hizo la Ribeira Sacra a la que no hemos hecho caso en siglos porque era difícil,  porque era imposible vendimiar y, sobre todo, porque nadie era capaz de vender ese vino, era un desconocido, no se comercializaba y nadie podía ganarse la vida decentemente con su elaboración.  Pero ahí seguia la Ribeira Sacra.

Hasta ahora que han llegado unos jóvenes que han decidido que quizás eso de los monjes tenía sentido, a lo mejor esas tierras sagradas podían hacer unos vinos más que decentes, a lo mejor incluso se podía ganar algo de dinero, no para hacerse tan rico como la Iglesia, pero al menos para llevar el pan a la mesa.

Se llaman Dominio do Bibei y, entre otros, hacen un vino que se llama Lalama, un tinto de mencía perfecto por lo ligero que es, perfecto por lo consistente que es, perfecto porque te hace pensar en bosques llenos de misterio pero con un rayo de luz que te hace creer en la esperanza, perfecto porque sí, porque es elegante, fino, estructurado, con mucha fruta, un vino hecho con el corazón,  y perfecto porque cuesta en torno a los 10 eurillos en casa de Dani Corman – Essencia. Una joya.

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