Esta vez nos fuimos a probar txakoli pero del bueno. Nos fuimos a Gaintza porque queríamos ver cómo venía la uva, porque queríamos probar algo que quedaba en los depósitos, porque queríamos probar botellas de distintos depósitos por ver cómo habían evolucionado y porque queríamos pasarlo bien.

Así que hicimos todo eso y yo saqué un par de conclusiones.

La primera es que la gente del txakoli (al menos en Gaintza) han sido los primeros en entender que las necesidades del marketing pasan por hacer las cosas según las quiera el cliente. Así que tienen depósitos con distintas características porque los clientes son diferentes. Un depósito gusta más a un estilo de personas, a unas sociedades gastronómicas que les llevan comprando toda la vida, y hay otros depósitos para gustos más modernos. Queda la discusión de si eso es bueno  o malo para una bodega, pero no cabe duda de que es marketing en su mejor estilo.

La segunda es que las variedades autóctonas se llevan muy bien con algunas variedades foráneas. La petit manseng o la chardonnay aportan aromas y, sobre todo, un paso por boca ligeramente más graso que permite más juego y profundidad a los txakolis serios. Y hay mucha diferencia entre unos depósitos que llevan otras variedades y las que van a palo seco.

No podíamos portarnos bien y acabar con el txakoli, así que nos llevamos unas botellas para completar la jugada y como estábamos en tierras de blancos y de montañas decidimos acabar con unos riesling del 2001 que quitaban el sentido y, para refrescar, un champagne o no, que vete a saber lo que es un Selosse de un único pago, dice champagne pero sabe a gloria bendita y es como si estuvieras en el cielo.

Lástima que todo se acaba.

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