Son tiempos difíciles para el vino, para la venta del vino. De hecho las bodegas, los bodegueros, ponen toda la carne en el asador desde el punto de vista del marketing para poder distinguirse. Ahí están los nombres que hay que rebuscar y de los que ya hablé en su dia. Y están las grandes etiquetas de diseño que hay a quien le gusta y a quien no, a mi personalmente me encantan.
Ahora bien, esos trucos suelen servir, en algunas ocasiones, para esconder fracasos vinícolas, vinos que no pasan el corte de la copa y que se quedan en eso, en la fachada, para poder vender algo. A mi me ha pasado, me pasa y estoy seguro de que me seguirá pasando porque, a veces, soy un tanto superficial.
Por eso cuando te encuentras con un descubrimiento que lo encierra todo te da una alegría al cuerpo que te dan ganas de contarlo a todo aquel que te quiere oir. Me ha pasado con este Tentenublo. El nombre es el del repiqueteo de las campanas que se dan en algunos pueblos para ahuyentar el granizo, el granizo es lo peor de lo peor para el viñedo, en realidad para todo el campo, cae de una manera muy localizada así que espantarla unos metros es suficiente para salvar toda una cosecha. Y la etiqueta es tan graciosa, buena y fresca que ha sido distinguida entre diseñadores.
Y el vino de Lanciego merece la pena, y mucho, por los 12 euros que pagas por una de las 3500 botellas (Essencia en San Sebastián) es todo lo que te promete, la cercanía a la tierra, las viñas viejas muy cuidadas, los aromas de fruta fresca roja, 11 meses de barrica que no molestan a nadie y que mantienen la frescura, porque el vino es, sobre todo joven y fresco, como lo debe ser Roberto Olivan, el riojano que lo hace.
Y la puya al final: Lo que no consigo entender es que con tanto joven, tanto nombre enrollado, tanta etiqueta de diseño y estando en la época en la que estamos, estos sean los que peor se expresan en internet y su página aún esté en construcción.
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