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Iñigo Galatas

Sopa de ganso

Pongamos que hablo de Madrid

 Este es un vino blanco que se sale de todo lo que se puede esperar de un vino blanco español. Por fin algo realmente diferente y sorprendente.
Las sorpresas llegan desde varios puntos:



1.- Es un vino de Madrid. De acuerdo, los están haciendo cada vez mejores pero aún tengo en la memoria el sinsentido de un vino blanco madrileño en un restaurante sinsentido en el que sirven huevos estrellados y pagando un precio sinsentido, y todo me da escalofríos. De todo eso en una época en la que me hospedaba en pensiones.



2.- Es de una variedad desconocida: la Albillo. Una variedad autóctona de aquellos que seguramente han dejado desaparecer porque son poco productivas, muy sensibles al frío y muy temprana, mucho más que otras variedades lo que descuadra las cuadrillas de recogida, es lo que tiene el agricultor, que tiene que pagar facturas como todo el mundo.



Pero hete aquí que llega un joven, Fernando García de la Bodega Marañones y decide hacer un vino de esa variedad porque cree en ella. Y como todo el mundo joven lo hace de cultura ecológica, los viñedos entre 30 y 80 años están distirbuidos por todas las laderas que tiene con suelos graníticos pero de distintas texturas, sólo se fía de las levaduras autóctonas y cuando lo tiene que meter en barricas no se obsesiona con que sean todas nuevas, las reparte.



Y qué suerte tenemos los aficionados que existan personajes así que se empeñan en hacer vinos diferentes y divertidos. Porque este vino es muy curioso, empieza con un intenso color dorado muy serio que sólo se da en grandes vinos blancos, con aromas que se apartan de los clásicos de los blancos frescos, no hay tantos cítricos, aquí hay muchas más hierbas del campo, incluso cereales, eso sí, todo muy fresco, incluso hay algo de frutos secos que no andan lejos, el primer paso por boca precisamente va por ahí, parece palomino fino porque está más cerca del jerez y al final llega una madurez profunda, todo muy cremoso. Al final hay ciertas dificultades con la madera y una extraña sensación de que algo no termina de cuadrar, lo que pasa es que tiene una acidez suficiente para que aguante dos o tres años y podríamos ver entonces lo que da de sí este vino.



Creo que es un vino que bebería en una cena seria, cuando me decidiera por pedir la mano de la chica (o del chico según sea el caso), aquí el vino blanco abandona la frescura y la alegría del verano, con este vino estás pensando más en la chimenea y los niños. ¿quién dijo que el vino blanco no se podía tomar en invierno? porque este vino se toma LEJOS de la cubitera.
Se llama Picarana 2008 que es una especie de pájaro que anda por esos parajes, pero se quedará con el nombre de Albillo, que es esa uva tan diferente y que hace este vino tan curioso.


Blog escrito escuchando: Joaquín Sabina.

gastronomia, restaurantes, vinos, recetas

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