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Iñigo Galatas

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El vermú de Blay, ¿un Dry Martini?

Jon Martini le dice a mi vecina bloguera que me pida que escriba un post dedicado al Dry Martini y lo que pide Jon Martini es una orden para mi. Y si lo hago es porque es el cocktail por excelencia, el cocktail perfecto y porque me trae recuerdos, porque tengo todo tipo de anécdotas a su alrededor y porque los he bebido de todos los estilos y tamaños.

Es el mejor aperitivo que existe. Con el estómago pesado yo me he venido literalmente arriba antes de una cena gracias a un Dry, y comportarme como un señor. Dicen que tumba, no es cierto, el problema es la medida. Mi medida son dos, con el tercero me vuelvo insoportable, (recuerdo estropearle una cena a un conocido donostiarra -periodista para más información- que hacía una escapada romántica en Londres con su mujer) pero he visto a gente mucho mayor que yo beberse cuatro sin inmutarse. Todo depende. Dicen que Hemingway se tomaba hasta 7 antes de comer. Y en Madison Ave. (el terreno de la publicidad) se dice que inventaron el Dry de vodka para que no les oliera el aliento al subir del bar.

El mundo del Dry entre M y yo ha dado para muchas anécdotas. En un dos estrellas Michelín de Francia nos han traído un Martini seco (Dry) directamente de la botella de la conocida marca, eso sí, con una sonrisa. Me han preguntado cómo se hace (“me los bebo, no los hago”) y nos han servido la mitad de ginebra y la mitad de Martini en un hotel de 5 estrellas en Madrid. He dirigido la operación completa a una camarera que, se suponía, había hecho un cursillo la semana anterior. Y encima al final, le parecía una tontería de bebida. Hemos tomado el peor posible en un bar de Barcelona que se suponía un clásico y que recomendaba una conocida columnista y yo no he vuelto a leer a la columnista desde entonces. Lo hemos tomado extraordinario en el parque temático del Dry en Barcelona. Lo hemos tomado agitado en coctelera. Los hemos tomado con limones rancios, con aceituna, limón y cebolleta todos juntos y unidos como si aquello fuera una ensalada (por cierto el auténtico es o con aceituna o con limón y con la cebolleta ni siquiera se llama Dry Martini, se llama Gibson). He pedido un Dry Martini y un Gibson para coger en renuncio a un barman en Mallorca que sin pestañear me preguntó: “¿Con qué ginebra los quiere el señor?” y pasó con sobresaliente. Tomamos el último en el bar del Plaza de Nueva York antes de que cerrara. Los hemos tomado en vaso de Old Fashioned (otro capítulo para esta bebida) y en copas extrañas sin nombre. Me han obligado a ponerme chaqueta y corbata para tomarme uno en un bar. Los hemos tomado con todo tipo de ginebras desde secas secas secas, hasta aromáticas que parecían perfumes y sigo pensando que si es un Dry la ginebra debe ser seca a más no poder, me gusta la MG, sin tonterías, el Martini Noilly Prat que no siempre se encuentra. Los hemos tomado con medidas exactas sacadas de un manual, los hemos tomado al libre albedrío del barman (Fito, en el María Cristina, es el más creativo) y los hemos tomado como lo recomienda Buñuel: la ginebra en el congelador, se sirve directamente en la copa, se pasa el Martini por delante para que lo vea y se bebe (muy duro) e incluso los hemos bebido con la variante de haber metido un poco de Martini en la botella de ginebra (con una jeringuilla) y al congelador. Tampoco. Hasta he cometido el sacrilegio de dejarlo en el vaso mezclador mientras se deshacían los hielos durante una tarde entera. Y el momento ideal en el Hotel Londres de San Sebastián con un atardecer a la vista. Pero lo que nunca he conseguido es volver al aroma de los que preparaba y tomaba mi padre en casa.

Al final hay una sola manera de beberse el Dry Martini: en buena compañía y hablando de lo divino y lo humano, se empieza por lo humano e invariablemente se acaba en lo divino. Y he resuelto toda una vida con él, por eso sé que es perfecto.

Blog escrito con un Dry Martini en la mano.

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