Ya está. Sólo hace falta un fin de semana de inmersión en la civilización para despertarle a uno el ánimo. Lo tengo claro, cuando la cabeza no da más de sí prefiero una ciudad en la que pedir un gibson no sea materia de estado, o cuando pido un dry martini me pregunten, invariablemente, “¿lo quiere con aceituna o con un twist de limón?” porque el auténtico es con una cosa o la otra, nunca con las dos. Eso sí, en un lugar donde la coctelera se usa como el colt en el oeste americano, me molesta que no me pregunten si lo quiero “shaken or stirred”, pero sea lo uno por lo otro.

Lo mejor es que hemos descubierto el Negroni. Empezó siendo un invento que se llamaba Nordic Negroni y que incluía vodka (campari, vermouth ginebra y vodka). Luego pasó a ser un americano (campari y vermouth a partes iguales) y en plena vorágine, quizás por el mismo motivo que en Florencia el Conde Negroni se cansó de su americano, el cacharro de aperitivo terminó por llevar ginebra y se convirtió en el negroni auténtico.

Preparado en el mismo vaso Old Fashion con hielo, se pone a partes iguales campari, vermouth rojo y ginebra. El secreto está en la medida, demasiado campari y se vuelve amargo, demasiada ginebra y se vuelve alcohólico, demasiado vermouth y es dulzón, y que se sirva muy muy frío.
Es un aperitivo de los más reconocidos porque la ginebra abre el apetito, deja el estómago en su sitio y de acompañamiento le basta una rodaja de naranja y, por supuesto, la gran tertulia que te introduce en la cena.

¿Será el negroni? ¿Será el ambiente? ¿Será la compañía? De lo que sí estoy seguro es que un aperitivo te sitúa en una posición desde donde sólo se puede ir a mejor, te vienes arriba, te prepara, te predispone, te relaja, te introduce en la tertulia amena, te hace querer las cosas que te rodean y como no quiero seguir tan cursi, hasta aquí puedo leer.

Blog escrito escuchando: Vanilla Fudge – VF