Cuando un paisano decide ponerle su nombre al vino que hace es que se fía de lo que hace. Cuando, además, se juega el prestigio de cuatro generaciones sabe que está poniendo algo más que su nombre detrás de ese vino, está poniendo toda su vida y la de sus hijos (en este caso hijas).

Carmelo Rodero se llama el paisano que ha heredó viñedos de sus tartarabuelos, ellos ya hacían vinos y, en un momento dado, decidió dedicarse al viñedo y vender las uvas a unos señores que andaban por allí, claro que, como esos señores se llamaban Vega Sicilia, el mismo Rodero pensó: “¿A ver si van a ser buenas estas uvas?” Y desde el año 91 decidió que a lo mejor se podía hacer vino bueno de esa uva, y vaya que sí se podía.

Así que aquí tenemos un vino propio de Ribera del Duero, concretamente de Pedrosa de Duero y es fácil de reconocer porque parece que andas por esos campos, parece que en un día a principios de septiembre asomas por una loma y llegas a una hondonada junto al río y te llegan aromas frescos vegetales, hay regaliz en el ambiente y te imaginas que entre las uvas oscuras hay aromas a fruta roja y una acidez que levanta el espíritu y miras hacia arriba y ves el mineral y también lo tienes en el vino. Pero este es un vino para reflexionar y ahí está el tabaco, el cacao ligero y el tostado que te hacen pensar, es un vino para disfrutar tranquilo y con tiempo porque necesita su momento. Tempranillo es su nombre y lo lleva con orgullo, cabernet también lleva pero es un apellido lejano y por si hiciera falta una seña de identidad, cuando lo abres parece que te abren la cuadra con orgullo, porque así se expresan los que son de Ribera de Duero, muy naturales, muy de la tierra, pero en cuanto cogen confianza se entregan totalmente a la ekegancia.

Si lo encuentras en un restaurante por un poco más de 20 euros es un chollo, porque, sinceramente, no lo he consegido encontrar en tienda donde dicen que no cuesta más de 18.

Blog escrito escuchando: José Antonio Labordeta, porque le conocí como músico y me pareció un gran tipo.