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Iñigo Galatas

Sopa de ganso

Dejad que los niños se acerquen a mi, pero no en el restaurante


Hoy en día es casi imposible ir a un restaurante un domingo al mediodía para una comida decente. Y no hablo de hacer una comida ínitma entre dos, que para eso debe haber otros días y, sobre todo, otras noches, hablo de una sencilla comida entre cuatro adultos que quieren hablar de sus cosas, de la vida que ha transcurrido en los últimos meses en que no se han visto, una charla amena y distendida, sin más. Casi siempre la entretenida (o no, porque también está la parte de “vamos a comer que os tengo que contar una cosa muy importante”) comida se interrumpe al grito de “¡ARKAITZ etorri pero YA!” mientras descubres al dulce Arkaitz rondándote la pierna debajo de tu mesa, su lugar de juego favorito.



Claro que Arkaitz ya está crecidito y sus padres han decidio que es un chaval que se porta muy bien y que ya se le puede llevar de restaurantes, no tiene hermanos y, claro, se tiene que entretener de alguna manera. Porque está la otra versión, la del bebé en sillita o incluso en coche, con una maniobra y un espacio imposibles para meter el coche de marras, que en cuanto ha dejado de lado sus potitos, esos potitos que la madre ha abierto a tu lado después de pedir, por supuesto, “¿ya me lo calentarán verdad?” y de dejarte un olor a… a eso, a potitos. Decía que después de su comidita y echar la siesta, una siesta que, por supuesto viene precedida por alguno de los padres paseando el cochecito para adelante y para atrás pegándote el respaldo de la silla de vez en cuando con una sonrisa del tipo de…”ya lo siento pero es lo que hay” lógicamente queda la fase del natural despertar y por si acaso nadie se ha enterado de que la criatura se ha despertado, él lo anuncia a voz en grito, por supuesto la madre dice “es que siempre se despierta igual” para que encima nos apiademos de ella cuando lo que querríamos es decirle “si lo sabía usted, pá que lo saca de casa.”



Y tampoco resuelve el problema el hecho de que el restaurante tenga una zona de juegos porque las variantes pasan por: salida de los niños en bandada con gritos, niño que vuelve llorando porque no le dejan jugar con los mayores, padres que gritan (desde el interior del restaurante) para que le dejen jugar y no por aunar familias sino porque si no juega con ellos entrará a dar la murga. Variante “está haciendo trampas”, variante “me ha dado” y variante que pasa por “juegan a una cosa muy rara y siempre acabo teniendo que lamerle los zapatos”. Por supuesto que si caen cuatro gotas te has caido con toda la tropa y cuando acaban de jugar todos para dentro que ya se aburren.


Menos mal que hay precios que hacen desistir a algunos padres, el problema son esos otros tardo hippies de los que “yo voy con mi criatura a todas partes porque su manera de actuar es muy natural”, y si te molesta es que eres poco tolerante y un imbécil, encima, se quejan (y esto es verídico) de que el Bernardo Etxea de San Sebastián no tenga un menú para niños.

– Por cierto, ¿qué era eso tan importante que nos queríais contar?
– Que vamos a tener un niño. Ya, pues no nos veremos en un tiempo.

Blog escrito escuchando: Marc Almond – Varieté (tenía razón Mon Oncle, pedazo de disco descarnado)

gastronomia, restaurantes, vinos, recetas

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