Mejor así. La ostra es una ostra aquí y en la china oriental, la ostra es todo un símbolo de lo que debe salir limpio del mar y que sabe a mar. Siempre he pensado que las cocciones que se hacen en torno al bicho no son más que para enmascarar el paso del tiempo en el frigorífico del cocinero o, peor aún, el intento por salvar un plato que, a veces, a algunas personas les cuesta digerir, si cuesta digerirla mejor que no la tomes, habrá más para otros. También se calienta para abrirla con más facilidad, pero a eso se le llama una técnica.
Por eso siempre fui crítico con las espumas, aunque supieran a limón. Por eso reconozco que hay un esfuerzo creativo cuando se ve venir a la ostra y se sabe presentarla tal y como es, con un pequeño toque para realzarla, eso es lo suyo, un pequeño toque de texturas para que en la boca todo acabe por convertirse en una fiesta en la que encuentras músicos de folk con instrumentos modernos y ritmos más actuales, eso está bien, esa es la fantástica cocina con la que te quieres encontrar cuando estás viendo el mar.
En general es bueno que los niños dejen los juguetitos a un lado y se pongan a cocinar en serio sobre todo cuando siempre lo han sabido hacer y en eso hemos confiado.
El plato es el de ostras con nabo, una clorofila de porrusalda y mantequilla de pan de centeno en el Mirador de Ulía.
Blog escrito escuchando: Johnny Flynn – Been Listening