Cuando todo el mundo por la zona de Rueda andaba intentando que sus vinos fueran menos ácidos mezclando sus verdejos con la sauvignón blanc, Francisco Lorenzo (de la bodega Angel Lorenzo Cachazo) seguía confiando en su verdejo y sólo en su verdejo. Pensaba que, bien cuidada y vinificada con seriedad, esa uva podía producir grandes vinos y que no hacía falta que una uva extranjera le diera otra categoría. Los de la DO, como casi siempre, haciendo las cosas más fáciles en lugar de hacerlas con mejor criterio.
Enseñaba sus viñedos con orgullo y cuando yo dudaba (es que hubo una época en que los Rueda eran muy ácidos) él sonreía y afirmaba, “yo creo en la verdejo y nos va a dar muy buenos vinos”. De hecho por aquella época era de los pocos que hacía un vino orgulloso de la cepa y lo hacía diferente porque no sólo confiaba en la uva sino también en sus propias levaduras, era un agricultor que amaba la tierra que le habían dejado sus antepasados y un joven (en aquel entonces) enólogo que sabía cómo sacarle todo el partido a sus uvas.
De ahí que resulte fácil hablar de este Martivillí. como lo es de cualquiera de sus vinos porque se expresan con nobleza y representan una manera de hacer vinos como siempre.
Con sus aromas a fruta verde muy fresca, algo de cítrico y, al final, un ligero toque de piña, pero donde todo termina por tener sentido es en la boca, donde hay una estructura muy sólida y un amargor final que es la característica más elegante de la verdejo porque hace que perdure.
Este es un vino que debería estar en todas las cartas de restaurantes porque sería el vino que terminaríamos de pedirlo siempre. Es una gran representación de lo que debería ser un Rueda, cae de pie en cualquier reunión, es económico y queda bien siempre. A un vino no se le puede pedir más.
Blog escrito escuchando: Iron and Wine – Kiss Each Other Clean